LA CAJIGA DE RUI-GÓMEZ (O RUGÓMEZ)

     Recibe este nombre una parte del cordal montañoso que separa el valle de Toranzo del de Carriedo —o viceversa—, concretamente la zona de los altos de Bárcena y Vejorís, donde destaca, como cota más alta, el pico de la Coronilla, de 822 metros de altitud, parajes antaño poblados de frondosos bosques de robles (cajigas), hayas, fresnos… y que hoy se encuentran casi pelados.
    El topónimo en sí hace referencia a un hecho histórico sucedido hace muchos, muchísimos años, varios siglos atrás incluso, en un tiempo en el que los moradores del valle de Toranzo vieron como su secular manera de gobernarse, y por tanto su libertad, fuera mancillada por la ambición de una familia anhelosa de poder.
    Y es que para explicar de dónde viene esto de la Cajiga de Rui Gómez —o de Rugómez, como figura impreso en viejos mapas, hay que remontarse a la Baja Edad Media, época en la que «la debilidad de la Corona [de Castilla] durante los siglos XIV y XV provocó un rápido ascenso de las casas señoriales, que utilizaron sus influencias para reforzar su poder territorial mediante la concesión de privilegios, donaciones y el establecimiento de mayorazgos. En este proceso, como los señores no respetaron la condición de sus vasallos, se toparon con frecuentes y fuertes oposiciones populares que negaban la legitimidad de su autoridad»(1) . Estas disputas se repitieron por toda la geografía de Cantabria, siendo el noble y antiguo valle de Toranzo uno de los que salieron peor parados.

Fragmento del mapa de la provincia de Santander de 1861 realizado por Francisco Coello y Pascual Madoz, donde aparece señalado el monte de Rugómez en el cordal que separa los valles de Toranzo y Carriedo, entre Vejorís, Bárcena y Aloños. Colección R. Villegas.

    En esta coyuntura, gradualmente fue cayendo nuestra jurisdicción bajo la posesión del condado de Castañeda, o lo que era lo mismo, de la poderosa casa de los Manrique, lo que derivó en interminables quejas, querellas y pleitos de los toranceses, los cuales alegaban su condición de hombres de behetría y por lo tanto no sujetos a vasallaje de ningún señor que no fuera elegido por ellos, amén del propio rey. Así las cosas, ya en los días del rey Juan II, el conflicto fue agriándose y de las palabras se pasó a los hechos, del diálogo y el parlamento a la fuerza de las armas.
    El punto álgido de la disputa se alcanzó en el año 1438 coincidiendo con uno de los más importantes pleitos entre los vecinos del valle y el señor de Castañeda, saldado con sentencia favorable para el conde, cuyo título recaía en la persona de Juan Fernández de Manrique. Este quiso entonces hacer efectiva la propiedad y vengarse de tanto agravio, entrando a sangre y fuego en el territorio de Toranzo —y otros vecinos, como Cayón—, auxiliado por el duque del Infantado, juntando una considerable mesnada que los testigos de la época cifraban en «5.000 hombres a pie y a caballo», cometiendo toda clase de atropellos y desmanes.
    Cuentan las crónicas que los toranceses fueron entonces convocados a la lucha, citándose en el campo de batalla los más preclaros apellidos del valle: Villegas, Ceballos, López-Guazo, Bustillo, Manjón, Pacheco, Portilla, Castañeda, Barreda, Bustamante, Quintanal, Escalante, Arce, Rueda y otros. El sangriento encuentro se produjo en la Sierra del Caballar, en la divisoria de Vega de Villafufre y Cayón, en un sitio que pasó a llamarse Campo de la Batalla. La superioridad en hombres y armamento de los infanzones invasores hizo estériles los esfuerzos de los atribulados toranceses y demás con ellos perjudicados, que vieron cómo fueron derrotados y humillados.

Las Presillas. Tapa de un sarcófago medieval perteneciente al linaje de Ceballos, hoy desaparecido. Fotografía extraída del libro Toranzo. Datos para la historia y etnografía de un valle montañés, de Mª del Carmen González Echegaray, Santander 1974.

    Los infortunios para los ribereños del Pas no terminaron aquí, pues el conde siguió perpetrando atrocidades sin cuento: asesinaron sus esbirros, tras haberle hecho prisionero y quemar su vara de mando, al alcalde del Valle, Francisco Ruiz de Ceballos, que era de Vejorís, y derribaron varias casas ricas y torres-fuertes, caso de la del Acebal, en Vargas, y la de Acereda –bastión del linaje de los Villegas, donde se habían hecho fuertes al mando de su señor don Pero–, de la cual el insigne Amós de Escalante diría que «los pueblos inmediatos vieron arder […] arruinándose hasta el cimiento y quedar exterminado para no recobrarse nunca aquel temible nido de gavilanes» (2) . Efectivamente, siglo y medio después de estas palabras, el «Torrejón de Acereda», nombre con el que se conocen sus ruinas, ahí sigue impertérrito al paso del tiempo, dando testimonio de aquellos terribles hechos.

Ruinas de la antigua torre de Acereda, conocida como El Torrejón, destruida durante un asedio del conde de Castañeda en el siglo XV. Fotografía R. Villegas.

    Pero no quedaron aquí las cosas –y ahora viene lo del topónimo que nos ocupa–, ya que «no tardaron mucho nuestros hidalgos en tomarse la revancha. Años después, nombró el conde de Castañeda, como justicia mayor del Valle, a Rui Gómez, hombre brusco y déspota, en que vengaron todas las humillaciones recibidas, dándole caza como a una alimaña y condenándole a la horca. Le colocaron sobre un asno y le subieron a lo alto del pico de La Coronilla, que separa Toranzo de Carriedo, y le colgaron de una cajiga (así lo dice la tradición). El lugar fue conocido desde entonces por Cajiga de Rui Gómez. Fue esta sentencia como un reto al conde. Desde lo alto de la cajiga se domina el valle casi en su totalidad, y el infeliz Rui Gómez sirvió de holocausto, teniendo a sus pies aquellas independientes tierras arrebatadas a sus naturales dueños» (3) .
    Casi seis siglos después de estos luctuosos sucesos, los toranceses ya no tememos a señores feudales que amenacen nuestra tranquilidad e independencia, ni nosotros nos tomamos revanchas tan lastimeras como la que sufrió el justicia mayor protagonista de esta historia. Ahora nos preocupan los problemas propios de nuestra época. Aun así, algunos hijos del Valle vemos con preocupación e inquietud cómo la historia de Toranzo se va olvidando, o lo que es peor, tergiversando y adulterando, lo que está dando pie a que se nos estén asignando con cierta impunidad falsas identidades y afiliando a otras estirpes con nombres más «comerciales», alejadas sin duda de nuestra condición de cántabros montañeses.

Caballero del linaje de Villegas, extraído de un viejo códice. Archivo Aurelio González-Riancho Colongues.

(1) PALACIO RAMOS, Rafael, y GUERRERO ELECALDE, Rafael: El valle de Toranzo. Un recorrido por su historia, Cantabria Tradicional, Torrelavega 2009, p. 83.
(2)  ESCALANTE, Amós de (Juan García): Costas y Montañas (Libro de un caminante), Madrid 1871, p. 428.
(3) GONZÁLEZ ECHEGARAY, María del Carmen: Toranzo. Datos para la historia y etnografía de un valle montañés, Institución Cultural de Cantabria, Santander 1974, p. 37.


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