CASTILLO PEDROSO, EL PUEBLO DE LAS QUESERÍAS

El paisaje actual que contemplamos en nuestro valle —y también el de media Cantabria— se forjó en gran medida gracias a la actividad ganadera habida en él desde antiguo, principalmente dedicada a la cría de ganado bovino, primero con la raza autóctona colorada y más tarde con las importadas de otras tierras, siendo ya a finales del siglo XIX la vaca frisona la que fuera la verdadera protagonista de la transformación del medio, la responsable del «mar de prados» tan peculiar y característico de estas tierras.
    El ganado vacuno sería explotado de tres formas distintas: para aprovechar su carne, cueros, etc., una vez sacrificado; para utilizarlo como fuerza motriz, moviendo carros, arados y otros artilugios agrarios, y, por último, para alimentarnos con su leche, bien tomándola directamente, bien transformándola en productos lácteos como el queso y la manteca. De esto último hablaremos a continuación.
    Si bien Toranzo se subió tarde al tren de la industria láctea cántabra, pues desde mediados del siglo XIX, y principalmente en la última década de éste, otros lugares de la Comunidad ya contaban con acreditadas queserías (Reinosa, Iguña, Carriedo…), lo cierto es que cuando dio el paso lo hizo con cierta fuerza, siendo el pueblo de Castillo Pedroso el lugar donde primero y con más éxito prosperaron estas manufacturas. Aquí había buenos pastos, buenas vacas y personas hacendosas que vieron una oportunidad de mejora económica en la fabricación y venta de quesos y mantequilla.
 
Etiqueta de un queso de la marca «El Cuco», fabricado en Castillo Pedroso. Colección R. Villegas.

    El primero que iniciaría esta actividad en Castillo Pedroso fue Fernando Muñoz y Ruiz de Villegas, hijo del que fuera senador del mismo nombre y propietario del soberbio palacio de estilo montañés ubicado en el centro del pueblo, quien, junto a un socio apellidado Rubio, montarían una quesería en un local habilitado en el barrio de Mediavilla, llamada «Santa Ana», fabricando quesos registrados con la marca «El Cuco». No sabemos con certeza cuándo comenzaron la labor, pero sí tenemos constancia de que en 1922 era ya una firma consolidada y de cierta categoría dentro del panorama quesero cántabro. Prueba de ello es que en la primavera de este año estuvieron presentes, acompañando a otras industrias afines de la provincia, en la gran Exposición Nacional Ganadera celebrada en la madrileña Casa de Campo, logrando con sus quesos y mantecas presentados en el Concurso Nacional allí verificado una primera medalla [1] . Además, según información recogida por Pedro Casado Cimiano, el gran estudioso de la industria láctea cántabra, en 1926 asistieron nuevamente a este concurso, presentando los siguientes productos: «Manteca de vacas, marca “Carmelitana”, y quesos tipo “Port du Salut” y tipo nata» [2] .
 
Módulo publicitario de quesos «El Cuco». Fuente: libro Siglo y medio de historia de la industria lechera de Cantabria, de Pedro Casado Cimiano, Santander 2000.

    Gracias a un documento firmado en Castillo Pedroso el 3 de junio de 1931 por el que vende a un vecino del pueblo, también quesero y del que hablaremos a continuación, varios utensilios de su fábrica, sabemos que cesaba entonces la actividad productiva, aunque no su vinculación a la industria quesera montañesa, ya que en febrero de 1932 le vemos propuesto por las autoridades republicanas de entonces para formar parte de los Jurados Mixtos de Trabajo del sector agropecuario provincial próximos a crear, representando a la parte fabril lechera . [3]
    Alejandro Ojeda Herrero, junto a su esposa, Ángeles Liaño Santibáñez, fue otro vecino del lugar, coetáneo del anterior, que se dedicaría igualmente a la elaboración de quesos y manteca de vaca. Su fábrica, llamada «La Gloria», estaba en el barrio de Las Varas, en una antigua casa blasonada del siglo XVII, aún existente actualmente pero muy modificada, que tenía como peculiaridad constructiva un entramado de ladrillos macizos armados en espiga y maderos de roble que cerraba la segunda planta de la fachada principal. En la parte baja del inmueble era «donde se elaboraban los quesos y las mantecas y se ubicaban las calderas de cobre, bombos de mantequería, prensas y todo el instrumental necesario para la elaboración y una pequeña oficina que, a día de hoy, aún conserva la ventana original», nos cuenta Javier Mantilla, un nieto del protagonista que se ha preocupado por mantener viva la memoria de su antepasado, al cual debemos la mayor parte de la información utilizada para realizar la presente biografía de «urgencia». Unas escaleras —seguimos con la descripción de la quesería— daban acceso a la parte superior, donde se encontraban en múltiples baldas depositados los quesos, a los cuales había que cambiar de postura cada cierto tiempo para facilitar su maduración. Estos eran, según nuestro informante, predominantemente de tipo nata.
 
Casa de Castillo Pedroso donde estaba ubicada la quesería de Alejando Ojeda. Fuente: libro Toranzo. Datos para la historia y etnografía de un valle montañés, de Carmen González Echeraray, Santander 1974.

    La leche que se transformaba en las instalaciones de Alejandro procedía mayormente del ganado de su propiedad y también del de otros vecinos de Castillo Pedroso, e incluso de algún pueblo cercano. En este sentido, nuestro industrial debió contar con una buena y acreditada cuadra, ya que en 1930 estaba inscrito en la lista oficial de ganaderos que tenían autorización por parte del Servicio Nacional Agronómico a poseer una parada de toros sementales, siendo el de Alejandro uno de raza holandesa .[4]

De izquierda a derecha: Alejandro Ojeda Herrero, Mercedes Pérez Pacheco y Ángela Liaño Santibáñez, esposa de Alejandro.
     
    En cuanto al personal que trabajaba en aquel rincón de laboriosidad torancesa, decir que eran todos del pueblo, recordando, entre otros, a Eugenio Fernández Ortiz, que atendía el ganado a la vez que laboraba en la fábrica; Joaquín Fernández y Gumersindo Fernández González. Este último hacia 1941 montaría su propia quesería junto a un socio llamado Manuel Moratinos en el pueblo de Bárcena de Toranzo, cuyo nombre comercial era «Queserías Torancesas». Sindo se casó y fundó su familia en este lugar, dedicándose toda su longeva vida al mundo de la leche .[5]
Membrete de la fábrica de quesos y manteca de Alejando Ojeda utilizado en 1929. Archivo familiar.
 
    En 1931 Alejandro, tal como anunciábamos en párrafos anteriores, compró a su vecino Fernando Muñoz la fábrica «Santa Ana» y diversos utensilios de aquella por un importe de 2.655 pesetas, lo que seguramente le proporcionaría mayor capacidad de producción a «La Gloria». En 1935 ésta elaboraba unos 30.000 kg/año, según cuenta Casado Cimiano apoyándose en un estudio del Banco de Vizcaya sobre la distribución geográfica de las industrias montañesas de la época .[6] Más adelante, durante la guerra civil, en 1937, por un decreto del Gobierno General de Santander, Palencia y Burgos se suspendía la producción de quesos en la entonces provincia de Santander por motivos de carencias alimentarias de la población, exceptuando algunas fábricas, entre las que se encontraba la de Alejandro, aunque limitándole los kilos que podía transformar .[7] No obstante, en esta década de 1930 y en los años previos a la conflagración, la industria de nuestro protagonista vivió su época de mayor apogeo. Los quesos y mantecas de «La Gloria» se vendían en media España: Huesca, Zaragoza, Vizcaya, Bilbao, Sevilla, Talavera de la Reina, Cádiz y, sobre todo, Valladolid y Madrid, además de en diversos lugares de Santander. Las mercancías —recuerdan quienes lo conocieron— se transportaban mayormente en una pequeña furgoneta hasta la estación del tren de Las Fraguas, desde donde eran facturadas a los distintos destinos .
 
«Sello» que se estampaba en la parte superior de los quesos de la fábrica «La Gloria», felizmente conservado por la familia del promotor.
 
    Ya en los años 40, en la época de la terrible postguerra, la industria de Alejandro, como tantas otras de la región, se vio forzada a desaparecer, principalmente a causa de la nueva prohibición de elaborar quesos decretado por las ahora autoridades franquistas. Hacia el año 1945, el hijo del fundador, que para entonces ya había fallecido, «Federico Ojeda Liaño y su yerno Buenaventura Mantilla trasladaron la maquinaria a Medina de Rioseco con el fin de instalar en esta localidad vallisoletana junto a un posible socio otra fábrica, pero el proyecto no llegó a cuajar. Los derechos de la leche que se recogía de los ganaderos cuyo destino era la quesería fueron, posteriormente, vendidos a la fábrica Nestlé en La Penilla, haciéndose cargo del transporte Buenaventura Mantilla» .
    La tercera quesería que funcionó en Castillo Pedroso, también en la década de 1920, fue la que instalaría el abogado Ramón Ortiz Villota en 1925, aunque duraría poco en esta localización pues, según dice Casado Cimiano , trasladó las instalaciones al año siguiente a su actual emplazamiento de San Vicente de Toranzo, siguiendo con la marca original «El Buen Pastor», hasta hoy en día, en que es considerada uno de los «buques insignia» de la industria alimentaria cántabra y, por descontado, del valle de Toranzo. La clase de productos que elaboraba era la misma que la de los demás vecinos de actividad: queso tipo de nata (Port du Salut) y mantequilla. (28G)
Módulo publicitario de quesos «El Buen Pastor». Fuente: libro Siglo y medio de historia de la industria lechera de Cantabria, de Pedro Casado Cimiano, Santander 2000.

    No hemos encontrado nada acerca de esta presencia de «El Buen Pastor» en Castillo Pedroso fuera aparte de lo transmitido por el estudioso anteriormente aludido, ni siquiera en la página web de la firma, en la que data su fundación en 1920. Dada la importancia de esta fábrica para el valle justo es —y en nuestro ánimo está—, dedicarle en un futuro una atención especial en forma de un artículo exclusivo.
 
[1] El Cantábrico, 30 de mayo de 1922.
[2] CASADO CIMIANO, Pedro: Siglo y medio de historia de la industria lechera de Cantabria, Santander, 2000, p. 64.
[3]   El Cantábrico, 21 de febrero de 1932.
[4] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 28 de noviembre de 1930.
[5]   VILLEGAS LÓPEZ, Ramón: Santiurde de Toranzo, un municipio cántabro en la década de 1950, Librucos, 2012, p. 43.
[6] CASADO CIMIANO, Pedro: Siglo y medio de historia de la industria lechera de Cantabria, Santander, 2000, p. 64.
[7] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 27 de enero de 1937


Comentarios

  1. Estupendo artículo Ramón. Ya sabes que mi abuela era de Castillo. Tiempos difíciles. Enhorabuena. Esperando el próximo.Iñaki

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  2. Juan Ramón Díaz de Villegas28 de diciembre de 2023, 15:12

    Muchas gracias por rescatar y compartir estas interesantes historias.

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