JOSÉ JOAQUÍN DE BUSTAMANTE Y GUERRA. EL GRAN MARINO TORANCÉS
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José Joaquín de Bustamante y Guerra, según un grabado del siglo XIX. Archivo R. Villegas. |
Nació nuestro biografiado en Ontaneda el primero de abril de 1759. Sus padres fueron don Joaquín Antonio de Bustamante Rueda y doña Clara Ignacia Guerra de la Vega y García Cobo; sus abuelos paternos, don Antonio de Bustamante Rueda y doña Manuela de Rueda Bustamante y Estrada, y sus abuelos maternos, don Fernando Guerra de la Vega Camargo y doña Francisca García Cobo y Zorlado, casi todos ellos pertenecientes a la alta hidalguía rural del valle de Toranzo, asentados allí desde la noche de los tiempos. Estudió las primeras letras en los PP. Escolapios de Villacarriedo, institución donde lo hacían por entonces los hijos de las familias más adineradas e influyentes de la región.
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Ontaneda. Casa natal de José Joaquín en la actualidad. Fotografía R. Villegas. |
Sentó plaza de guardiamarina con once años en Cádiz, el 7 de noviembre de 1770, empezando de esta manera una impresionante carrera al servicio de la Marina Real. Después de navegar en diferentes buques de los departamentos navales de Cádiz y Cartagena —sosteniendo algunas acciones contra los berberiscos a bordo de los jabeques Gaviota y Pilar y un viaje a Nápoles en 1774, ya como brigadier desde 1773—, ascendió a alférez de fragata el 22 de junio de 1774, apenas cumplidos los 15 años, y embarcó en la fragata Santa Clara, al socorro de Melilla, sitiada por los moros. Más tarde fue destinado a Cádiz a la urca Santa Inés, conduciendo tropas a Puerto Rico y La Habana. Ya alférez de navío, trajo bienes de la Real Hacienda a España. El barco varó en el canal de Bahamas, distinguiéndose Bustamante en las operaciones para salvarlo.
Vuelto seguidamente a Cádiz, pasó al navío Velasco y luego retornó a la urca Santa Inés, con la que navegaría a Filipinas en 1777 en un proyecto de la Corona consistente en abrir otra ruta directa por el cabo de Buena Esperanza, alternativa a la del Galeón de Manila, que unía Filipinas con México en tediosas singladuras. Regresó a España en la misma embarcación dos años después, en enero de 1779. En agosto, dirigiéndose a Cádiz, combatió durante más de tres horas contra los corsarios ingleses Ranger y Amazon. El incendio de unos cartuchos en la batería lo hirió de gravedad, provocándole considerables quemaduras que le dejarían secuelas toda su vida. Detenido en Cork (Irlanda) casi un año, regresó a Cádiz el 18 de julio de 1780, donde le notificaron su ascenso —concedido durante su prisión— a alférez de navío el 16 de marzo de 1778 y a teniente de fragata el 23 de mayo de 1778. Contaba José Joaquín con tan sólo 19 años.
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Cádiz. Arsenal de La Carraca, según Pedro Grolliez (1785). Biblioteca Nacional de España. |
Mandado al Hospital Naval de Cádiz para poder restablecerse plenamente de sus heridas, se encargó de la custodia de los enfermos hasta finales de 1781. Al año siguiente es destinado al navío Triunfante (74 cañones), ya de teniente de navío, con la escuadra al mando de Luis de Córdova bloqueando Gibraltar. Participa en la batalla del cabo Espartel (20 de octubre de 1782) contra la escuadra inglesa del almirante Howe. Más tarde transbordó a la fragata Santa Rosa y de ella al navío África, formando parte de la escuadra que se preparaba para la conquista de Jamaica, que no se llevaría a cabo por la paz de enero de 1783. En este mismo año salió con el navío Septentrión transportando azogue[1] a Veracruz, en donde sería nombrado oficial de órdenes de la escuadra (funciones de mayor general), con la que navegó a La Habana con caudales, regresando a Cádiz con 33 millones de pesos fuertes en oro, plata y mercancías. En esta ciudad, sede de uno de las tres Departamentos de la Marina, pasó a mandar la 6.ª compañía del primer Batallón de Infantería de Marina (24 de enero de 1784), mando que permutaría más tarde por el de la 2.ª compañía del 9.º (26 de julio de 1784). En este mismo año profesa en la Orden de Santiago, a la que había pertenecido su bisabuelo materno, Álvaro, señor de la casa y solar de Guerra. Fue ascendido a capitán de fragata el 15 de noviembre de 1784 y embarcado posteriormente en el navío San Sebastián (74 cañones) y en otros buques como segundo comandante, haciendo una campaña en el Mediterráneo con la escuadra de José de Córdova, obteniendo en junio de 1789 su primer mando independiente en la corbeta Atrevida, en la conocidísima Expedición Malaspina-Bustamante. Aquí ya nuestro personaje alcanzaría cotas memorables como protagonista de la historia nacional, aunque él aún no era consciente de ello en aquellos momentos.
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Firma de José de Bustamante y Guerra. |
El itinerario recorrido por esta gloriosa expedición científica desde el 30 de julio de 1789 abarcó un largo periplo: partió de Cádiz, pasando por las Canarias y atravesando el Atlántico, hasta Montevideo; de allí a las islas Malvinas y a la Patagonia, doblando el Cabo de Hornos, donde exploraron la costa del Pacífico, recorriendo Chiloé, Talcahuano, Valparaíso, islas Desventuradas, El Callao, Guayaquil, Panamá y Acapulco. Allí, el rey Carlos IV les encargó explorar la zona de Alaska, buscando el paso del Noroeste, navegando en latitudes polares en torno al Paralelo 60º Norte. Desde Alaska regresaron al sur, recorriendo el Pacífico, hasta llegar a Australia y Nueva Zelanda, para luego volver a América del Sur, donde la Atrevida, al mando de Bustamante y Guerra, navegó en latitudes antárticas, en torno a las islas Georgias del Sur, con la tarea de confirmar los descubrimientos de las islas Antillas del Sur, navegando en las costas de las islas Aurora, las Cormorán y las Rocas Negras. Una vez completada la exploración de la región austral, ambas naves se reencontraron en Montevideo, zarpando de regreso a Cádiz, a donde arribarían el 21 de septiembre de 1794.
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La corbeta Atrevida, al mando de José Bustamante y Guerra, durante la expedición Malaspina-Bustamante. Grabado de Fernando Brambilla. Biblioteca Nacional de España. |
Antes de embarcase en esta aventura, abanderó una iniciativa que le honraba como verdadero patriota junto a su hermano Francisco, el torancés más importante que ha dado la historia, el cual pide a voces una biografía como Dios manda. José Joaquín de Bustamante y Malaspina aprovecharon su llegada a Acapulco para visitar al virrey de Nueva España en la ciudad de México, cargo que por entonces ostentaba Juan Vicente Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas, segundo conde de Revillagigedo, de ascendencia montañesa, al que Bustamante hizo partícipe de su sueño y proyecto, la construcción de un navío de línea moderno al que se llamaría el Montañés, cuya construcción sería sufragada por suscripción de los montañeses adinerados esparcidos por América, Filipinas y España y que sería entregado a la Marina Real con la condición de que sus comandantes fueran hijos de Cantabria. Con la ayuda del virrey y de Francisco de Bustamante se materializó este proyecto, botándose en El Ferrol el 14 de mayo de 1794 el Montañés, un excelente navío de 74 cañones que estaría llamado a realizar grandes gestas durante los dieciséis años en que estuvo de servicio surcando los mares de medio mundo —o de todo él—. Participó en la guerra del Rosellón contra la Francia revolucionaria; formó parte de la escuadra española en Filipinas; dio la vuelta al mundo, volviendo a Cádiz el 15 de abril de 1803; participó en la batalla de Trafalgar al mando del glorioso santanderino don Francisco de Alsedo Bustamante, muerto trágicamente en dicho combate; intervino en la guerra de la Independencia, tomando parte en la batalla de la Poza de Santa Isabel contra la escuadra francesa en la bahía de Cádiz, en la que los franceses se rindieron el 14 de junio de 1808. Y llegamos a marzo de 1810. Los galos asediaban Cádiz, un terrible temporal asoló estas aguas y los navíos se precipitaron contra la costa; entre ellos estaba el Montañés, que fue incendiado por los napoleónicos terminando de esta manera su vida útil en la Armada Española. Se cuenta que José de Bustamante observaba desde la ciudad cómo era destruido el navío de sus sueños, que tantas gestas había realizado para España y para la historia. Probablemente José de Bustamante estaba esperando poder viajar a Guatemala, donde había sido destinado como capitán general y presidente de su Audiencia. Aunque el Montañés[2] pudo ser recuperado, fue excluido de la Armada en 1813, desarmado y vendido en subasta en 1822.
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El Montañés, navío de línea de 74 cañones. Museo Naval de Madrid. |
A la vuelta de la expedición Malaspina-Bustamante, nuestro marino comenzaría una nueva etapa, como ya hemos adelantado, caracterizada por la gobernación y administración de algunos territorios americanos en tiempos muy convulsos, principalmente por los conflictos armados que nos enfrentaban con las otras potencias coloniales del momento, Inglaterra y Francia. Así, por Real orden del 13 de septiembre de 1796, fue nombrado gobernador militar y político de Montevideo y comandante general de Marina de los bajeles del Plata, donde permanecería hasta febrero de 1804.
El 9 de agosto de este mismo año, acabada su misión, puso rumbo a España con una división de cuatro fragatas. La Medea era el buque insignia con cuarenta cañones. La Santa Clara, la Fama y la Nuestra Señora de las Mercedes tenían igualmente treinta y cuatro cañones cada una. Navegaban en estos buques mujeres y niños, familiares de los retornados, y una gran cantidad de mercancías y caudales recogidos en los virreinatos de Perú y Montevideo, tributos para la Hacienda española, además de los capitales particulares del propio Bustamente y otras distinguidas personas que le acompañaban, acumulados después de tantos años de servicio a la Corona. Se calcula que fueron más de cuatro millones de pesos las riquezas transportadas en aquellos barcos.
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La ciudad y puerto de Montevideo a finales del siglo XVIII. Licencia Wikimedia Commons. |
Cuando llevaban dos meses de navegación, el 5 de octubre de 1804, avistaron, sobre las ocho de la mañana, el cabo de Santa María, el más meridional de Portugal y casi a la vez a cuatro fragatas inglesas que se aproximaban. En la división española iba en vanguardia la Fama, seguida de la Medea y la Mercedes, y en retaguardia cerraba la Santa Clara. Bustamante ordenó entonces zafarrancho de combate y formación en línea. Los ingleses se acercaron por barlovento y poniéndose a la altura de los españoles lanzaron un cañonazo de aviso, lo que obligó a Bustamante a ordenar a su escuadra ponerse en facha. Detenidas una escuadra frente a la otra, tan cerca ya de Cádiz, la alarma y el temor eran patentes en un ambiente de silencio y tensión. Las mujeres y los niños se desalojaron de la cubierta, mientras el jefe de escuadra y sus oficiales esperaban el devenir de los acontecimientos con gran desconfianza. No en vano, el inglés es el eterno enemigo español, la «pérfida Albión». Eran las nueve cuando se arrió un bote del buque insignia inglés y un oficial, el teniente Ascott, subió hasta la cubierta de la Medea para parlamentar.
El oficial manifestó de parte de su comodoro, sir Graham Moore, que tenía orden del gobierno de S.M.B. de detener y llevar a Inglaterra a aquellas cuatro fragatas españolas; que con este solo objeto estaba allí hacía tres semanas, habiendo venido con cuatro fragatas de mayor fuerza y bien preparadas, en relevo de otra división que había tenido igual encargo; que era cierto que no se había declarado la guerra, ni tenía orden de hacer presas ni detener ninguna embarcación, y si solo a estas; que estaba decidido a cumplir las órdenes de su soberano a toda costa; y por tanto, le parecía debía evitarse toda efusión de sangre accediendo desde luego a su exigencia, de la que no podía prescindir[3].
Ante la sorpresa de nuestros oficiales, el inglés les informó de su clara superioridad a la vez que les instaba a rendirse para evitar bajas innecesarias. Bustamante, atónito por la actitud de la escuadra enemiga que se mostraba violenta en tiempos de paz, se quedó dubitativo, furibundo y abatido. No temía el combate, acostumbrado como estaba, pero tenía a su cargo a gran número de familias, con mujeres y niños. Por otra parte, tampoco podía optar por una sencilla rendición pues su honor, su patria y el rey se lo impedían. Le someterían a un consejo de guerra en cuanto llegase a España. Así que decidió consultar con sus oficiales la decisión que ya tenía determinada y fue secundado por ellos.
Un silencio sepulcral invadió el océano, esperando la decisión del torancés jefe de la escuadra, quien se negaba a rendirse y ofrecía trasladar a otro oficial español a la fragata inglesa para protestar por la intimidación y demandar más explicaciones. La intención de Bustamante era pedir permiso para detenerse en un puerto portugués neutral a esperar órdenes. El inglés salió al alcázar, hizo una señal con un pañuelo blanco a sus barcos y volvió a su bote. Solo quedaba el frío viento del norte que, como preludio a las malas noticias, laceraba el rostro de estos marinos curtidos en mil viajes, acostumbrados a jugarse la vida en cada uno de ellos.
No esperaron mucho los británicos, pues nada más llegar el bote a su fragata, su buque insignia disparó un cañonazo que sirvió de señal para romper el fuego. Eran, más o menos, las nueve y cuarto de la mañana.
Las naves españolas contestaron con toda su artillería. A la media hora de un fuego de cañonazos intenso, uno acertó en la santabárbara de la Mercedes, que saltó por los aires con un estruendo horrible. La Medea sufriría un gran castigo y tuvo que arriar la bandera, rindiéndose. La Santa Clara resistió un poco más y la Fama intentó escapar, siendo seguida por la Medusa. El Lively, más rápido, retomó la persecución apresándola cuando, desarbolada, haciendo agua y con once muertos y cuarenta y tres heridos se tuvo que rendir también. Los botes de las fragatas españolas pudieron rescatar a unos cincuenta náufragos, computando doscientos cuarenta y nueve muertos.
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Momento en el que la Mercedes salta por los aires el 5 de octubre de 1804, según una pintura de la época. Licencia Wikimedia Commons. |
Bustamante y Guerra estuvo detenido en Plymouth. Durante su cautiverio colaboró con el embajador español hasta conseguir la devolución por parte de los ingleses de la caja de soldadas y las pertenencias de particulares y marinos capturadas, y, tras pasar algún tiempo como prisionero de guerra, regresó a España por haber sido canjeado bajo palabra de honor de no participar directamente en la misma, a finales del mes de julio de 1805, donde solicitó ser juzgado como responsable último de la expedición. Y así se hizo, examinándose su conducta en tal acción. La junta que le juzgó le declaró libre de todo cargo, eximiéndole de toda responsabilidad en enero de 1806.
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Monedas pertenecientes al pecio de la Mercedes. Licencia Wikimedia Commons. |
Trasladado a Madrid, fue nombrado vocal de la Junta de Fortificación y Defensa de Indias (1 de junio de 1807). No debía estar en plenas facultades físicas después de tantas penurias nuestro hombre, pues enfermó de una afección pulmonar, teniendo que solicitar entonces del infante Antonio Pascual una licencia para tomar los baños de Aragón.
En 1808 ocurrió la invasión de España por parte de Napoleón y fue conminado a prestar juramento de fidelidad a José Bonaparte. El de Ontaneda se negó, renunciando a su empleo militar (23 de julio de 1808).
A la segunda ocasión en que fue intimidado para realizar el juramento se vio obligado a escapar de Madrid, lo que hizo disfrazado, presentándose en Sevilla, ofreciendo sus servicios a la Junta Suprema Central, que le ascendió a teniente general, con antigüedad de 27 de junio de 1808. En marzo de 1810 le nombraron gobernador del Reino de Guatemala y capitán General de la capitanía General de Guatemala, superintendente general subdelegado del cobro y distribución de la Real Hacienda, juez privativo de Tierras y Papel Sellado, conservador de la renta de Tabaco y subdelegado de Correos y de los ramos de Minas y Azogue. En marzo de 1811 tomó posesión de su nuevo cargo.
Después de muchos años de revolución, intentos de separatismo, desconfianza y grandes sacrificios, fue destituido en agosto de 1817, regresando a España en 1819, cuando estaba a punto de consumarse la independencia de la mayor parte de las colonias españolas en América.
Entró nuevamente a formar parte de la Junta de Fortificación y Defensa de Indias (6 de febrero de 1820) y el 9 de marzo del mismo año se le concedió la Gran Cruz de San Hermenegildo, por corresponderle por sus años de servicio, y por sus méritos adquiridos la Gran Cruz de la Orden Americana de Isabel la Católica, el 24 de octubre de 1820. También fue nombrado director interino de la Armada el 9 de mayo de 1820.
En diciembre de 1823 sería elegido vocal de la Junta de Expediciones a América. El 14 de marzo de 1824 volvió a la Dirección General de la Armada, trabajando en el Ministerio de Marina en Madrid. Al mes siguiente, ya con una salud bastante maltrecha, sería designado vicepresidente de la Junta de Fomento.
José Joaquín de Bustamante y Guerra, el extraordinario marino torancés de Ontaneda, murió el 10 de marzo de 1825 en la casa madrileña donde residía de la calle Desengaño, con 66 años y 55 de servicios a la Corona, siendo el cargo militar que tenía en ese momento el de teniente general. En su valle natal, en la casa que le vio nacer, y también en el edificio del Ayuntamiento de San Vicente de Toranzo, en este caso figurando junto a su hermano Francisco, existen sendas placas que lo recuerdan. Poca cosa nos parece para la grandeza de este hombre.
[1] El azogue o mercurio, es un metal que se obtiene del mineral denominado cinabrio, y que fue decisivo para el procesamiento de la plata, siendo, por tanto, de vital importancia para los mineros novohispanos. La extracción de azogue fue monopolio de la Corona y se abasteció mayoritariamente desde la Península, lo que provocaba a veces carencias y dificultades debido principalmente a las guerras y complicaciones en el transporte marítimo.
[2] GARCÍA ARANZÁBAL, Alfonso: El Montañés y su tiempo. Un navío cántabro al servicio de Su Majestad (1794-1810), Librucos, Torrelavega 2020.
[3] ALVEAR Y WARD, Sabina de: Historia de D. Diego de Alvear y Ponce de León. Brigadier de la Armada. Los servicios que prestara, los méritos que adquiriera y las obras que escribió, Imprenta de D. Luis Aguado, Madrid 1891, p. 107.
✒ Alfonso García Aranzábal
Médico y escritor, miembro de la Sociedad Cántabra de Escritores
BIBLIOGRAFÍA
ALVEAR Y WARD, Sabina de: Historia de D. Diego de Alvear y Ponce de León, Brigadier de la Armada. los servicios que prestara, los méritos que adquiriera y las obras que escribió todo suficientemente justificado por su hija Sabina de Alvear y Ward, Biblioteca Nacional de España. Biblioteca digital hispánica, P. 107, Madrid 1891.
BLANCO NÚÑEZ, José María: «El rompimiento con Gran Bretaña. Las fragatas de Bustamante». Memoria de actividades, Cátedra Jorge Juan, Curso 2004-2005, Ed. Universidade da Coruña, pp. 161-178, La Coruña 2007.
FLORENSA, Alfredo: «Bustamante, un cántabro en la Real Armada», Revista Española de Defensa, año 38, número 427, mayo 2025, pp. 58-62.
GARCÍA ARANZÁBAL, Alfonso; El Montañés y su tiempo. Un navío cántabro al servicio de Su Majestad (1794-1810). Editorial Librucos. Torrelavega 2020.
GONZÁLEZ DE RIANCHO COLONGUES, Aurelio: «Los montañeses de la expedición Malaspina», Revista del Centro de Estudios Montañeses, Tomo LXV, Santander 2004.
GALERA GÓMEZ, Andrés: Las corbetas del Rey. El viaje alrededor del mundo de Alejandro Malaspina (1789-1794), Fundación BBVA, Noviembre 2010.
LAGUILLO GARCÍA-BÁRCENA, Paulino: «José Joaquín Bustamante y Guerra. Gobernador de Montevideo», Altamira. Revista del Centro de Estudios Montañeses, tomo 84, Santander 2013, pp. 229-260.
SANFELIÚ ORTIZ, Lorenzo: 62 meses a bordo. La expedición Malaspina según el diario del Teniente de Navío Don Antonio de Tova Arredondo, 2º Comandante de la «Atrevida» 1789-1794, Editorial Naval, Madrid 1988.
El primer Marqués de Bustamante también nació en Ontaneda se llamaba Ángel Antonio José Fernández de Bustamante y Rueda
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