LA CASA GÓTICA DE ALCEDA

Es Alceda, sin duda, el pueblo torancés donde mayor concentración de patrimonio arquitectónico civil existe, que es variado además en estilos y pretensiones. Aquí podemos encontrar en unos escasos tres kilómetros cuadrados, incluido también su barrio de Sel del Tojo, desde edificios de gran porte, casonas y palacios pertenecientes al más puro estilo montañés, con sus monumentales portaladas, hasta un buen número de casas tradicionales construidas al modo ortodoxo de la tierra, moradas de la gente llana, que era en el pasado —y también ahora— la común que allí vivía, pasando por otros no menos interesantes: molinos, fuentes, hoteles y fondas, balnearios…, algunos de los cuales han sufrido —y sufren en la actualidad— la lacra del abandono, la desidia y, por último, la demolición.
    Pero, siendo todos ellos importantes dentro del catálogo artístico y monumental del concejo, seguramente pocas personas han reparado en que uno de sus edificios más valiosos, por muchos motivos que más adelante veremos, pasa completamente desapercibido e ignorado, alejado de las cámaras de los móviles de la gente y de los ideólogos de las campañas de marketing turístico de la comarca, que tanto ofenden a la historia y la cultura del valle. Nos referimos a la llamada casa gótica de Alceda, una verdadera joya, una rareza que aún se mantiene en pie casi intacta en su estructura y de las que quedan muy muy pocas en nuestra Comunidad.
 
Vista frontal de la casa gótica de Alceda. Fotografía R. Villegas.

    Antes de disponernos a disertar sobre ella, aclaremos a qué nos referimos cuando hablamos de «casa gótica» en Cantabria. Pues bien, consultados varios autores que sobre este asunto de la arquitectura histórica y tradicional de nuestra tierra, y que han investigado y publicado excelentes trabajos desde hace ya muchos años, algunos de los cuales saldrán a la palestra a lo largo del presente artículo, hemos seleccionado este texto de un libro recién editado sobre las torres medievales de Cantabria, donde creemos que se define correctamente el concepto:

    Respecto a la casa llana y la casa gótica, aunque en principio pueden aplicarse ambos términos a un buen número de construcciones conservadas hoy en nuestros pueblos, son conceptos en parte diferentes. La casa llana o casa baja medieval se define en principio por tener una única altura y una estructura característica con un apoyo central. Es un modelo de edificio que se hace común en nuestros pueblos a finales del siglo XV, sustituyendo a las construcciones de madera anteriores y que sabemos que perdura, aunque con modificaciones, hasta la primera mitad del siglo XVII (Ruiz de la Riva, 1991).
    Por otra parte, la casa gótica sería aquella casa que conserva algún rasgo o elemento arquitectónico, normalmente un vano, con un tipo de diseño gótico (en arco apuntado, conopial, una decoración concreta) que nos permite considerar que fue construida antes del siglo XVI. De todos modos, es muy frecuente que muchas casas llanas mantengan elementos góticos, por lo que ambas categorías coinciden en muchos edificios [1].

    El caso que nos ocupa, atendiendo a esta explicación y observando sus características constructivas, se trata de una casa llana y también gótica, digamos, «de libro». Estamos, por tanto, ante un edificio levantado en algún momento del último tercio del siglo XV, o quizás muy a principios del XVI, es decir, al final de la Edad Media, hace aproximadamente 550 años, o cinco siglos y medio, si lo prefieren, lo que la convierte en el edificio habitacional aún en uso más antiguo de nuestro entorno, excluyendo, claro está, las torres medievales. ¿Es o no es, pues, una joya?
    En el valle de Toranzo no existe actualmente ninguna casa de este nivel de conservación de época medieval, aunque sí restos o evidencias que las hubo en varios lugares. Sin alejarnos mucho de aquí, vemos varias ventanucas góticas en Vejorís y una puerta con arco apuntado, contemporánea de la de Alceda, en San Martín, por ejemplo. Hasta no hace mucho tiempo habían resistido al paso de los siglos casas góticas en Vargas, Las Presillas, Iruz y en algún otro pueblo más.
 
Puerta con arco apuntado en San Martín de Toranzo y dos ventanas góticas en Vejorís.
Fotografía R. Villegas.


    Entrando ya en «harina», diremos que este edificio se encuentra ubicado en el barrio de Pereda, caserío que muy posiblemente fuera el «embrión» del viejo concejo de Alceda, pues muy cerca de este solar estuvo la antigua iglesia del pueblo, cuyo patrón, como sabemos, es San Pedro, y de la que aún se conservan fotografías realizadas en la década de 1920 que nos muestran sus ruinas. Sobre ella hay certeza documental de que ya existía con la denominación de monasterio desde el siglo IX, según un testamento de Ordoño I, mencionado por la omnipresente en nuestros artículos Mª del Carmen González Echegaray. Esta autora también nos proporciona datos interesantísimos de su historia procedentes del siglo XIV en la que salen a relucir la mala vecindad que tenía con el Pas, que corría, malhumorado en muchas ocasiones, muy cerca de ella. 1396 fue un año fatídico en este sentido ya que sufriría graves desperfectos a consecuencia de una de aquellas tremendas «llenas» que tanta destrucción traían de vez en cuando al valle [2]. No sabemos si nuestra casa ya existía por entonces, aunque fuera con otras características constructivas acordes a la época, pero lo que sí es seguro es que las riadas del Pas no le serían ajenas antes, entonces y después de este año. 
 
Alceda hacia 1920. Panorama que se contemplaba desde las habitaciones de la fachada sureste del Gran Hotel de los Baños. En la parte izquierda se ven las ruinas de la antigua iglesia de San Pedro y un poco a la derecha, el barrio de Pereda y la casa gótica.
Tarjeta postal de época. Colección R. Villegas.
 
     Acerca de cómo era el pueblo a finales de la Edad Media no hay muchos datos, salvo los relacionados con el modo de gobierno y los distintos tributos que se pagaban, que nos proporciona el libro conocido como el Becerro de las Behetrías, que data de 1352, ejecutado en tiempos del rey Pedro I de Castilla, o la posterior relación de 1404 resultante de las vicisitudes históricas sufridas en el reino. En esta última fuente escrita se decía que en Alceda había dos solares que eran de behetría y que existían más heredades que pertenecían ya a Castañeda, cuyo señor llevaba los tributos del concejo. ¿Alguno de estos solares y heredades correspondería al que nos ocupa? Es imposible saberlo, como también lo es averiguar quién edificó la casa, qué familia o linaje ocupó este espacio por primera vez o si la vivienda que hoy vemos se levantó de nueva planta o, por el contrario, fue una ampliación o sustitución de otra existente antes que ella, mucho más rústica y precaria, fenómeno este que ha sido una constante a lo largo de todos los tiempos en esta tierra y en todas.
    Nos movemos en terrenos pantanosos. La Edad Media está, en su gran mayoría, aún por estudiarse a nivel regional, y no digamos nada en el ámbito local de los valles del interior, caso del nuestro, en el que prácticamente está en pañales. Aún así, aplicando lo ya sabido y añadiendo alguna reflexión de cosecha propia sustentada en razonamientos nada descabellados, podemos decir sin desviarnos mucho de la verdad que la casa que nos ocupa fue construida por gentes que pertenecían a un campesinado local de cierta capacidad económica, algún linaje prominente quizás. Aunque la miseria y la pobreza era lo común entre los moradores de estos valles al finalizar la Edad Media, existía ya una clase «pudiente» que tenía capacidad de levantar una casa entera de piedra con algunos elementos constructivos de cierto «refinamiento», cuestión que en esta de Alceda se hace patente al contemplar la puerta principal de acceso, ejecutada con magnífica labra y rematada con toques decorativos que la da un aspecto noble o palaciego, costosa económicamente hablando y fuera del alcance, sin duda alguna, de un campesino corriente.
 
Puerta de acceso de la casa gótica de Alceda. R. Villegas.

    La primera y más importante premisa para identificar una casa primitiva, un edificio de estos que estamos hablando, es su tamaño y volumetría. Eran rotundamente de dimensiones pequeñas, tanto si nos referimos a la planta como a la altura. Respecto al primer parámetro, la de Alceda, la original o matriz, tiene aproximadamente 10 m de frente por 12 m de fondo, es decir, se construyó ligeramente rectangular. Posteriormente, en una fecha indeterminada, se ampliaría, pasando a tener 16,50 m de frente por 17 m de fondo, según las mediciones realizadas por el arquitecto Annibal González de Riancho, que es el estudioso que más ha investigado esta vivienda y del cual tomamos nosotros unos cuantos datos para elaborar el presente trabajo [3] . Si hablamos de la altura, la vivienda se desarrolla en una planta baja más una bajocubierta, a la que se accedía por una rústica escalera. La orientación de su fachada de acceso es sureste.
    Los más o menos 120 m² construidos que tenía la casa originaria estaban divididos en dos espacios longitudinales orientados de sureste a noroeste, aproximadamente iguales, de los cuales uno estaba destinado a las personas y el otro a los animales domésticos. El que servía de morada a los dueños de la vivienda se encontraba al lado noroeste, estando a su vez dividido en dos estancias comunicadas: la cocina, en primer término, y una habitación o cuarto al fondo, ambas «iluminadas» con sendos ventanucos. El otro sector estaba compuesto por un pequeño distribuidor de unos 10 m² cuadrados de superficie situado nada más cruzar la única puerta de acceso de que disponía la casa. De este se pasaba a la cocina y a la cuadra o espacio reservado al ganado, situado al fondo, de unos 25 m². Desde aquí partía una escalera que conducía al bajocubierta, lugar donde se guardaban los distintos productos que el campesino lograba ganar a la tierra, que no eran muchos, es decir, cumplía las funciones de desván, pero no de pajar. 
Croquis de la planta de la casa de Alceda con sus principales medidas.
Cortesía de Annibal González de Riancho.
 
    En cuanto a la cuadra primitiva decir que su tamaño pequeño albergaba entonces un escaso número de animales, principalmente de tipo menor —casi exclusivamente ovejas— y raramente mayor —alguna vaca o animal de tiro—. Hay que tener en cuenta que la más importante fuente de alimentos de los montañeses de finales de la Edad Media y principios de la Moderna se basaba en la agricultura.
    Todos estos espacios estaban delimitados por una tabiquería de la que hoy por hoy es difícil adivinar sus características. Algunos autores hablan de un entramado compuesto de madera y piedra ligado con una argamasa, o pudiera ser también de algún tipo de vergamazo (entrevarado de avellano enfoscado con barro). Nosotros nos inclinamos a pensar que pudieran haber sido de tablazón, pues este tipo de cierres los hemos visto hasta no hace mucho en alguna casa antigua de, por ejemplo, Acereda.
    Ya sabemos que el sino de toda vivienda, aquí y en cualquier lugar, es la constante evolución y transformación a las que estaban sometidas, que venían dadas por los cambios y necesidades socioeconómicas que en cada momento tenían las familias moradoras de ellas. A mejores condiciones de vida, las casas se ampliaban, ganando espacios progresivamente que se utilizaban con diferentes fines. Para las casas medievales de la mayor parte de Cantabria, y esta que nos ocupa es un buen ejemplo de ello, la primera forma de evolución era creciendo lateralmente y avanzando los hastiales de manera que sobrepasaban la fachada de acceso. Así, a la de Alceda se le añadió un cuerpo en su parte sureste de 6,5 m de anchura, creándose un espacio destinado a cuadra ventilado con dos vanos, más un pequeño local que González de Riancho identifica como gallinero. A la nueva ala edificada se la dota de una sola puerta situada en la fachada principal, con lo que, por primera vez, la casa dispone de dos entradas independientes, una para personas y la otra para animales.
    Al hastial del noroeste se le hace avanzar unos 5 m, creándose otro cuerpo añadido a la fachada que dispone de una ventana y una puerta que comunica con la cocina primitiva. A esta estancia se le dio varios usos a lo largo del tiempo, apuntando nuestro autor de referencia que podría tratarse de una «habitación del peregrino», elemento este muy común en las casas montañesas de los siglos posteriores. En cuanto a los vanos que tiene este añadido hay que decir que la puerta que da acceso a la cocina primigenia tiene la curiosidad de que es de dimensiones diminutas (1,53 m de alto por 0,55 m de ancho), siendo un enigma el porqué de ello. Respecto al ventanuco que le da luz es similar a los otros dos que hay en este mismo hastial, con un arco ligeramente apuntado, de trazas arcaicas, lo que da pie a pensar que quizás la ampliación que estamos comentando de esta casa fuera antigua, en una época donde todavía se estilaba hacerlas de esta manera. 
 
Puerta de pequeñas dimensiones que comunica la primitiva cocina con la «moderna».
Fotografía R. Villegas.

    En otro momento se armó en el costado izquierdo, en la esquina de la fachada principal, otra suerte de añadido curvo, dando lugar a un espacio usado como almacén, creándose entonces un soportal —que es el que hoy vemos— de unos 6,9 m de longitud por 5 m de fondo.
    Si hablamos de los materiales de construcción con los que se levantó la casa, señalar que estos eran básicamente dos: la piedra y la madera, ambos muy abundantes en el entorno, a los que hay que añadir la cal y el barro. Todos los muros externos del edificio (fachadas y hastiales) se armaron con cudones (cantos rodados) procedentes del río Pas, excepto las esquinas y los vanos, en los que se utilizaron piedras de mayor entidad, como luego veremos. La madera sería empleada para formar el entramado o «esqueleto» interior que da rigidez a la casa y soporta el tejado, una estructura que González de Riancho denomina «cuadro».
Es un sistema estructural formado por vigas y pilares de madera con encajes o llaves y con la ausencia total de herrajes metálico. Está formado por cuatro pilares y cuatro vigas dispuestas según las aristas de un cubo, en el que se refuerza el empotramiento de las uniones por jabalcones que rigidizan estos nudos, al tiempo que acortan las luces de las vigas. Esta estructura libera a los muros de la carga de la cubierta [4] .
    Este interesante armazón es casi con toda seguridad el original de la casa, cuestión que le otorga un valor excepcional desde el punto de vista de lo que podríamos denominar la «arqueología» de la construcción tradicional de Cantabria. Algunas partes de este «cuadro» presentan ciertos remates decorativos, algo a lo que eran «adictos» los constructores montañeses de antaño respecto a la madera. En cuanto al tejado, que era y sigue siendo a dos aguas, es posible que la versión primigenia tuviera una cubierta vegetal, para más adelante ser cubierto con las tejas curvas. Esto, como otras cuestiones de la vivienda, nunca lo sabremos. Importante es también apuntar que la casa carecía de chimenea, saliendo libremente el humo del llar a través de la ripia y las tejas después de ennegrecer las paredes de la cocina.
    Centrémonos ahora en los vanos, es decir, las puertas y ventanas. Ya indicamos al principio la notoriedad y belleza de la que da acceso a la casa, cuyas características y estilo otorgan la designación de «gótica» a la vivienda. No tiene discusión que es el rasgo más evidente. Tiene 1,3 m de vano y 2,10 m de altura, medidos desde el suelo al punto interior más alto del arco, que está compuesto por 9 dovelas, incluida la clave, todas de buena piedra de sillería perfectamente canteadas. Pero la particularidad que la hace especial, única en su género en Cantabria —esto que sepamos—, es la ornamentación que presenta, compuesta por un doble sogueado inciso a modo de cenefa que recorre toda la longitud del arco en su parte más interior, que es rematado a su vez en el borde con una sucesión de pequeños tacos o puntas de diamante. El diseño rezuma antigüedad a la par que nobleza e hidalguía, que es la que sin duda tenía quien la mandó construir. Sobre las ventanas o ventanucos, decir que las primitivas, las que nos interesan, las medievales, son tres y están todas en el hastial derecho, dando «luz y ventilación» a las estancias destinadas a las personas. La más cercana a la fachada trasera es de arco de medio punto y las dos restantes de arco apuntado, uno más que el otro. Por último, comentar sobre este apartado que, a falta de una inspección ocular exhaustiva, no hay marcas o firmas de cantero en los sillares que componen estos vanos, especialmente en el de la puerta principal.
 
Detalles de la ornamentación de la puerta principal y las tres ventanas del hastial.
Fotografía R. Villegas.
 
     

    La casa debió tener en el pasado un terreno circundante adscrito a ella donde se encontraba el huerto y el corral, formando todo ello la unidad de explotación y vivienda genuina del arcaico solar montañés. En este espacio seguramente hubo alguna pequeña construcción accesoria de madera, como un hórreo —muy abundantes en el valle, tal como indica la documentación existente—, cobertizo o similar donde se guardaban el heno y otros productos de la tierra. Respecto al corral o antuzano, aún perdura en la actualidad este espacio contiguo a la fachada principal, pegado a un pequeño huerto cerrado con pared de cudones. Dicho corral da a una plaza llamada de Posta, sugerente nombre que alude al pasado carreteril del lugar.

[1] ARUIZ COBO, Jesús; RUBIO CELEMÍN, Ana, y GONZÁLEZ DE RIANCHO PASTOR, Sara: Torres Medievales de Cantabria, Estvdio, Santander 2024, p. 25.
[2] GONZÁLEZ ECHEGARAY, María del Carmen: Toranzo. Datos para la historia y etnografía de un valle montañés, Institución Cultural de Cantabria, Santander 1974, pp. 170-172.
[3] GONZÁLEZ DE RIANCHO MARIÑAS, Annibal: La vivienda medieval en Cantabria, Tantín, Santander 2023.
[4] GONZÁLEZ DE RIANCHO MAZO, Annibal: La vivienda medieval en Cantabria, Tantín, Santander 2023, p. 81.



 Ramón Villegas López
Editor




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