EL MONTE CASTILLO ANTES DE HERMILIO ALCALDE DEL RÍO

En el año 2023 se ha cumplido el 120 aniversario de un hecho trascendental en la historia del valle de Toranzo: el descubrimiento para la ciencia por parte de Hermilio Alcalde del Río del extraordinario yacimiento arqueológico de la cueva del Castillo, la más importante en este aspecto de cuantas existen en el famoso monte cónico de su mismo nombre, perteneciente, como sabemos, al pueblo de Puente Viesgo.
    Con este motivo se celebraron varios actos en recuerdo de aquel memorable acontecimiento de 1903, que situó a este lugar en la cumbre mundial del estudio científico de la humanidad primitiva, cuestión que aún perdura, pues no obstante, también, coincidiendo con esta efeméride se inauguró un moderno edificio, el Centro de Arte Rupestre de Cantabria (CAR), que aúna un espacio expositivo con otro administrativo encargado de la gestión turística del fabuloso patrimonio rupestre de nuestra Comunidad.
    Pero no vamos a tratar aquí sobre este asunto, sino de lo que sabemos del monte en sí y sobre todo de la cueva del Castillo antes de que el estudioso Alcalde del Río y sus colegas le prestaran atención, viéndola con otros ojos, ojos de científicos. Esta historia, la arqueológica, ya la conocemos más o menos bien, pues existe una extensa bibliografía que de ello habla y que data, incluso, de los primeros momentos del descubrimiento del tesoro que había en sus entrañas.
 
El Pico del Castillo, en Puente Viesgo, más o menos en el momento de la llegada de Hermilio Alcalde del Río para la prospección de su caverna principal en 1903. Tarjeta postal de época. Archivo Pedro de la Vega Hormaechea.

    El Monte Castillo, conformado por calizas del Carbonífero Superior y cuya cima alcanza los 355 m.s.n.m., se encuentra en el extremo oriental del llamado macizo del Dobra, justo encima del río Pas a su paso por Puente Viesgo, al que parece que vigila como si fuese un gigantesco centinela. Se trata, pues, de un enclave privilegiado si queremos controlar esta parte del valle, que aquí empieza a estrecharse en sentido sur-norte, y también el paso natural entre las cuenca del Besaya y el Pas a través de Buelna y la collada de Hijas. Sin duda, esta situación fue tenida en cuenta por los moradores de este coloso pétreo de todos los tiempos para establecerse allí, desde los primeros humanos que vivieron esporádicamente al abrigo de sus cavernas hasta los no menos azarosos defensores de la II República, que vieron en este un punto propicio para detener el avance enemigo en el verano de 1937, pasando por los toranceses de la Alta Edad Media, que situaron en su cúspide un castillo —de aquí su nombre— para mejor control del territorio.
 
Panorámica que se divisa hacia el collado de Hijas desde el alto del Monte Castillo. Foto R. Villegas.

    Sobre esta fortaleza, que debió ser muy importante en la historia local, no existe gran conocimiento, pues, entre otras cosas, se le ha prestado poca atención sobre el terreno, ya que nunca ha sido excavada con rigurosidad, encontrándose hoy en día en estado de abandono. Los primeros estudiosos que se interesaron por el conjunto arqueológico fueron J. Carballo y J. González Echegaray —ambos sacerdotes— en 1952 y 1966, respectivamente, identificándolo en un primer momento con un asentamiento de la Edad del Hierro, tipo «castro celta». Es a mediados de la década de 1980 cuando R. Bohigas ya deja claro en sus tratados que nos encontramos ante una fortaleza altomedieval, apuntando que tenía unos 30 metros de largo por 10 de anchura. Este arqueólogo, lamentablemente ya desaparecido, dio a conocer igualmente algunos materiales allí encontrados que apuntalaban su idea, como fragmentos de teja curva, huesos, cerámicas y sillares de arenisca que fueron subidos a aquel nido de águilas ex profeso para construir el castillo [1] . También sobre la misma época, M.Á. Fraile hace referencia, entre otros materiales, a la aparición en este lugar de una punta de dardo de sección cuadrada y enmangue tubular [2] . Si nos damos un paseo por aquel recinto aún se pueden ver esparcidos por toda la superficie y alrededores estos restos de la antigua construcción, principalmente trozos de teja y piedras areniscas canteadas. 
 
Fuente: BOHIGAS ROLDÁN, Ramón: Yacimientos arqueológicos medievales del sector central de la Montaña Cantábrica. Tomo Primero, Monografías Arqueológicas, nº 1, Santander 1986.

    Pero la información más completa sobre el conjunto que nos ocupa nos la proporciona un interesantísimo artículo firmado por los arqueólogos Ángeles Valle Gómez, Mariano Luis Serna Gancedo y Antxoka Martínez Velasco, publicado en 2003  [3] . En él, después de repasar la historiografía existente hasta entonces, exponen sus investigaciones sobre el yacimiento que resultan del todo interesantísimas, por lo que recomendamos su lectura a todos aquellos atraídos por la historia del valle de Toranzo. Para no hacer demasiado largo este artículo trascribiremos las conclusiones a las que llegaron estos autores una vez realizada su investigación y posterior exposición:

    Nos encontramos, por lo tanto, ante un claro ejemplo de castillo altomedieval. Su emplazamiento en un lugar de difícil acceso, controlando visualmente una vía de comunicación y con un poblado próximo, encaja en el modelo descrito para Cantabria. El yacimiento presenta las estructuras típicas de este momento: una fortificación con paramentos trabados con argamasa de cal, de carácter claramente defensivo, y unos materiales típicos de estos yacimientos como son la cerámica, la fauna y el armamento.
    Debemos interpretar este castillo como un referente que articula el espacio pero cuya importancia política y económica no puede evaluarse con los datos hoy disponibles.
    Queda pendiente la cuestión de la cronología y secuencia de ocupación del yacimiento. Pero este es un problema que sólo se puede resolver mediante la ejecución de una intervención arqueológica que, a la luz de los datos expuestos, se muestra cada vez más necesaria.

    Al hilo de esta última reflexión, decir que veinte años después el yacimiento arqueológico de la cima del Monte Castillo se encuentra en las mismas condiciones —o peores— que cuando fue escrita por los estudiosos aludidos. 
 
Planta esquemática de las estructuras visibles en el Pico del Castillo, realizadas por los arqueólogos Valle Gómez, Serna Gancedo y Martínez Velasco (2003).

    La cuestión de la ermita igualmente tiene su aquel. Nos referimos, claro está, a la de la Virgen del Castillo, de la cual se tienen noticias documentales desde antiguo. Pascual Madoz, a mediados del siglo XIX, dice refiriéndose a Puente Viesgo que había «un santuario en la cúspide de una de las montañas que dominan el pueblo». Pero este autor, al mismo tiempo, la sitúa también en el contiguo Aes, pues al hablar de sus ermitas afirma: «… y la otra titulada Ntra. Sra. del Castillo, a cuya inmediación se encuentra un parador de su mismo nombre sobre el camino real». La cosa se complica aún más cuando dice a renglón seguido que «en dirección al N. se eleva una roca caliza de 1/8 de leg. de base, unida al Dobra por el O. hasta la mitad de su altura, por donde tiene su única subida; sobre la cúspide existe una ermita sumamente reducida» [4] .
    Carmen González Echegaray, por su parte, escribe en su monografía sobre el valle tantas veces mencionada por nosotros que «otra ermita famosa de Puente Viesgo fue la de Nuestra Señora del Castillo, existente en el siglo XVII, que todavía aparece en el mapa de la Provincia, efectuado por Coello en el siglo pasado [se refiere al XIX], lo que nos indica la importancia que tuvo» [5]. Según sus investigaciones realizadas en el Archivo Histórico Provincial de Cantabria, en documentos del año 1688 ya aparecía citada [6], mencionando a un tal Domingo González de la Hondal en 1687, el cual dejaba dineros «para ayuda de la ermita del Castillo y del humilladero que se pretende hacer» [7] .
    Francisco Coello, junto a Pascual Madoz, publicaron esta cartografía a la que alude González Echegaray en 1861, pero más de dos décadas antes, en 1844, otro mapa ya había señalado el templo, aunque colocándolo en Aes, curiosamente en el mismo punto que, con posterioridad, Madoz lo situó en su diccionario, como hemos visto. Nos referimos a la obra de Tomás Bertrán Soler titulada Descripción geográfica, histórica, política y pintoresca de España, lo que sitúa ya casi a principios del siglo XIX la constancia de su existencia, al menos en el plano cartográfico y toponímico. En junio de 1869, al noticiar la solicitud de permiso para abrir una mina en aquellos parajes, el Boletín Oficial de la Provincia menciona unas ruinas de la ermita del Castillo, cosa que luego veremos. 
 
Fragmento del mapa de la provincia de Santander de 1861 realizado por Francisco Coello y Pascual Madoz, donde aparece señalada la ermita de Nuestra Señora del Castillo. Colección R. Villegas.

    En la actualidad casi todos los autores consultados tienen la misma opinión sobre la ubicación de esta desaparecida construcción, coincidiendo que no era en la cúspide, en el mismo reducido espacio donde se levantó el castillo, sino en otro lugar. Ramón Bohigas objeta al respecto en el trabajo anteriormente referenciado que «por otro lado no es difícil comprobar cómo la tradición local de la localidad identifica las ruinas [del castillo] de la cima con las de la ermita de la Virgen del Castillo, cuando esta parece que estaba construida algo más abajo de la cima, en la cual únicamente cabe pensar localizar las ruinas de la fortaleza medieval…». En esta misma línea argumental Valle Gómez, Serna Gancedo y Martínez Velasco escriben, al referirse a las intervenciones actuales de carácter religioso en el recinto, concretamente al humilladero dedicado a la Virgen del Castillo, que «no se tiene constancia de la existencia de esta advocación. Madoz (1849), en el apartado correspondiente a Puente Viesgo, menciona la existencia de una ermita [en realidad decía santuario] en este monte, pero no en su cima, de hecho, tiene más sentido ubicar esta, a la luz de los datos expuestos, próxima al poblado, a media ladera, y no en la cima. A todo ello habría que añadir el hecho de no haberse observado en la cima ningún indicio arqueológico que permita confirmar la existencia en tiempos pasados de una ermita». Carmen González Echegaray opinaba también que se localizaba «en la ladera sureste, a media altura» [8] . Quizás, decimos nosotros, si se hubiese realizado una excavación del yacimiento del castillo dirigida por profesionales hubiésemos tenidos certeros datos sobre esta y otras cuestiones. Lo más probable, prácticamente seguro, tal como nos participa alguna voz bien informada de la historia del pueblo, es que estamos ante un típico humilladero, de grandes dimensiones, eso sí, situado a la vera de alguno de los varios caminos que existieron en el pasado en la ladera sur del monte, seguramente en la zona de Coterío o Collado. 
 
Superficie de reducidas dimensiones (no más de 400 m²) en la cumbre del Monte Castillo. Foto R. Villegas.

    Además de servir de morada a los humanos, el Monte Castillo también tuvo en el pasado un uso minero de cierta consideración que transformó el paisaje de la montaña, huellas que aún hoy en día son perceptibles. Así, por ejemplo, desde el aparcamiento de automóviles que actualmente hay a la entrada de las cuevas visitables arranca un camino o carretera cuesta arriba bien trazado que se dirige a la cima, ideada según todos los indicios para el acarreamiento del mineral allí extraído [9] . Si recorremos este pindio trayecto, efectivamente, llegamos a una serie de cuevas-mina donde hace tiempo se instalaron varios paneles informativos —ya muy deteriorados, por cierto—, donde el visitante puede leer brevemente la supuesta historia de la actividad minera del lugar, que los autores de los mismos sitúan sus inicios en la década de 1920, justo después de terminar la I Guerra Mundial. Pero hay que decir, en honor a la verdad, que en realidad estas minas ya existían mucho antes de lo que dicen estos bienintencionados letreros y que no eran de hierro, como señalan, sino de calamina (zinc) y plomo.
 
Una de las bocaminas que hay en el Monte Castillo. Fotografía R. Villegas.

    La historia minera de Puente Viesgo y su término municipal es antigua, remontándose, al menos, a la última década del siglo XVIII, pues según testimonio de Gaspar Melchor de Jovellanos, que pasó por aquí en 1897, ya existían por entonces las minas de carbón que se explotaban en los alrededores del monte Dobra, en terreno de Las Presillas, llegando incluso a visitarlas [10]. Cincuenta años después Manuel Ruiz de Salazar, en su primera monografía sobre el valle de Toranzo, también manifiesta que en los contornos de Viesgo se trabajaban «varias minas de blenda laminosa de excelente calidad» [11] , dato que corroboraba la prensa oficial en la primavera de 1850 al noticiar que un vecino de Santander solicitaba a las autoridades la ampliación de una mina de cobre y plomo que tenían en el barrio de Santa María, lugar del Castro, de nombre «Confianza» [12] . Así mismo, Amalio Maestre referencia en 1864 una mina titulada «Bardalón», de zinc y plomo, en las cercanías del pueblo, y cuyo criadero era conocido desde 1850 o 51 [13] . Estas estaban en el barrio de Corrobárceno [14] . Dice además este autor que «el descubrimiento de las calaminas hizo que se multiplicaran las labores mineras por aquellas inmediaciones, las cuales, aunque no muy desarrolladas, se observa corren de NO. a SE., que es la dirección del contacto de los terrenos triásico y carbonífero, con una longitud por lo menos de 2 y ½ kilómetros y la anchura de uno». El Monte Castillo y aledaños se encontraba en estos límites y, ciertamente, allí se explotaron numerosas minas de calamina y otros minerales en esos tiempos, como ahora veremos.
    Tres años después de la publicación del libro de A. Maestre, en diciembre de 1867, vemos en la prensa oficial de la provincia que un tal Victoriano Quintanilla, vecino de Santander, había presentado una solicitud de registro de dos pertenencias de una mina con el nombre de «Virgen del Castillo», «de mineral de calamina, al sitio que llaman Cueva del Castillo, término del lugar de Puente Viesgo, Ayuntamiento del mismo nombre, que linda al N. con cierro de D. Carlos Ibáñez y por los demás vientos con terreno común». El solicitante hacía aquí la siguiente designación: «Se tendrá por punto de partida el sitio de la Cueva del Castillo, que dista de dicho cierro de D. Carlos Ibáñez 212 metros en dirección N.; desde él se medirán 150 metros al N., 150 al S., 200 al E. y 200 al O.» [15] . En junio del siguiente año esta mina aparece, junto a otras seis más del mismo término de Puente Viesgo, en una lista que el ingeniero jefe facultativo de la provincia debía realizar distintas operaciones (reconocimientos y demarcaciones) [16]
 
Grabado aparecido en la obra de Amalio Maestre (1864). Se aprecia claramente, en primer término, el Monte Castillo y, al fondo, las alturas de Peña Alta y de la Mina Blanca. Colección R. Villegas.

    Vemos que la «fiebre» por registrar minas en aquella montaña fue muy intensa por esos años. En enero de 1869, un vecino del pueblo, Braulio Fernández Solano, solicita dos de una tacada: una titulada «San José», en el sitio que llamaban el Callao (¿Collado?), y otra, titulada «Santa Cecilia», en el sitio que llamaban Tejera. Esta última lindaba al N. y E. con castañeras particulares, al S. con la mina «Virgen del Castillo» y al O. el punto llamado la Engarriada [17] . De nuevo Victoriano Quintanilla solicita unos días después el registro de 32 pertenencias de una mina con el nombre de «Investigadora» de mineral de zinc y otros en el sitio que llamaban el Calero del Collado y Campo del Coterío, la cual distaba de la mina «Virgen del Castillo» 800 metros [18] . Este mismo señor, que parecía que quería acaparar todo el monte, solicita nuevamente en junio otra con el nombre de «Ampliación», de plomo y otros en el sitio llamado la Engarriada, lindando al N., S. y O. con terreno común y al E. con la «segunda pertenencia de la mina Virgen del Castillo». A continuación da un dato interesante: «Punto de partida el mojón N. O. de la segunda pertenencia de la Virgen del Castillo, el que se relaciona con las ruinas de la ermita del Castillo por medio de una visual en dirección 252º a partir del mojón que dista de las mismas ruinas 210 metros» [19] .
    Ya en 1870, el vecino de Santander, Ignacio Pérez, solicitaba al gobernador de la provincia permiso para aprovechar las aguas del río San Martín, en Puente Viesgo, para construir un lavadero de minerales necesario en la explotación de la mina «Virgen del Castillo», según el proyecto presentado en la sección de Fomento del Gobierno Civil [20]. Durante todo este año y los siguientes continuó la presentación de solicitudes para registrar minas en el entorno del Monte Castillo, que ya estaba por entonces colmada al respecto, como leemos en el Boletín del 22 de septiembre de 1870: «… Adolfo Pardo, vecino de esta ciudad, ha presentado una solicitud de registro de 32 pertenencias con el nombre de La Esperanza de mineral de plomo y otros, al sitio que llaman el Castillo […], que linda por el norte con las minas San José, Investigadora y Santa Cecilia; por el este las minas Investigadora y Virgen del Castillo; por el sur barrio de Villanueva y por el este la carretera que va a Los Corrales».
    En fin, desde 1850, aproximadamente, hasta casi finalizar el siglo XIX la lista de minas que aparecen referenciadas en el Boletín Oficial de la Provincia, y otras fuentes  [21] sólo relacionadas con el Monte Castillo y aledaños, es numerosísima, posiblemente más de una treintena, lo que da a entender la riqueza minera del lugar.
    Muy interesantes son igualmente los datos que nos proporciona relativos a estas minas uno de los visitantes de nuestro valle del último tercio del siglo XIX más eruditos y observadores, José Lamarque de Novoa (Ibero Abantiade). Atentos a lo que escribió al respecto tras su excursión que hasta este monte le llevó en el verano de 1879: «Pero si no conseguí penetrar en la entrañas de ese elevadísimo cono, pude subir hasta lo más alto de su cumbre, donde otra gruta, labrada por la mano del hombre para utilizarse de sus minerales, y há largo tiempo abandonada, presta sombra y fresca guarida al que, como yo, haya emprendido ascensión tal larga y penosa». Después de describir las fantásticas vistas que desde aquel alto disfrutó, el sevillano termina la cita con estas no menos elocuentes palabras: «… El guía, tal vez cansado, tal vez comprendiendo las emociones que yo experimentaba y temeroso de interrumpirlas, se había reclinado a la entrada de la mina y parecía entregado al sueño. Silencio y soledad profundos me cercaban, ni un techo, ni un ave, ni una fuente, nada, en fin de lo que revela la vida, de lo que señala la huella del hombre; aquello semejaba un desierto en medio de un mundo lejano; desierto donde solo se escuchaba el ligero y estridente crujido del insecto, horadador perpetuo de la roca y único habitante de aquellas alturas» [22] . Desde luego, según parece, ya por entonces no existían restos apreciables del castillo ni de la supuesta ermita. Nada de nada.
 
Entrada a la mina más próxima a la cima. Fotografía R. Villegas.
 
    Y llegamos a la parte de la montaña a la que queríamos prestar más atención, el lugar que puso a este pueblo torancés en el mapa mundial de la Prehistoria, la cueva del Castillo. Pero, como decíamos al principio, el fin es demostrar que para cuando Hermilio Alcalde del Río puso los pies en ella por primera vez en 1903 esta caverna —y seguramente alguna otra del entorno también— ya era conocida y visitada desde hacía tiempo, de hecho pensamos que nunca dejó de ser utilizada de una manera u otra por los habitantes de la zona, desde la antigüedad hasta ese mismo momento. Por todo esto cabría expresar que el de Torrelavega realmente no descubrió la cueva del Castillo, si no que la redescubrió para la ciencia. 
 
Ilustración de mediados del siglo XIX donde aparece el «picudo» Monte Castillo. España Geográfica, historia, estadística y pintoresca, Madrid 1845.

    A falta de un rebusco más paciente por archivos y bibliotecas, decir que es a mediados del siglo XIX cuando empezamos a ver referencias escritas sobre esta gruta. En primer lugar citaremos al ya mentado Ruiz de Salazar, que en 1850 escribe: «En las oquedades de las rocas calcáreas, como es la que ocupa una vastísima extensión en el promontorio o vericueto piramidal de la virgen de los Remedios de Biesgo [23], a la cual se entra por el costado del E., y como a mitad de su altura se notan concreciones de las llamadas stalactitas y stalacmitas». Seguimos con Gabriel Puig y Larraz, que a mediados de la década de 1890 publicó una especie de catálogo nacional de estas formaciones geológicas, fruto de sus investigaciones realizadas desde hacía más de 20 años atrás. En las incluidas en la provincia de Santander cita la que nos ocupa, detallándola en los siguiente términos: «Caverna de grandes dimensiones que existe en el cerro del Castillo, al norte de Puente Viesgo, al primer tercio de su altura, cuyas dimensiones y forma nadie ha podido conocer, pues nunca se ha hecho una exploración en debida forma» [24].
    Pero la descripción de la cueva más interesante de aquella época se la debemos al insigne Amós de Escalante (Juan García), ya que en su memorable libro Costas y Montañas cuenta los pormenores de una excursión como turista ocasional allí realizada, cuando pasó por Puente Viesgo en algún momento antes de 1871, año de la primera edición de la obra. Dice:

    Sea en casa de Fausta, excelente repostera, amén de lo dicho, sea en otra parte donde se albergue el bañista, si su dolencia le permite siquiera tanto paseo como al dogo su cadena, pronto repara en un cueto cónico, erguido a la derecha del camino, erizado de árgomas, que entre sus verdes abrojos dejan asomar los azulados muñones de la caliza. aquel monte está hueco; abierta en el flanco, mirando al Norte, tiene una espaciosa brecha por donde se puede penetrar hasta sus entrañas, y estas entrañas son una inmensa caverna partida en estancias de ámbito diferente, donde se oye sin descanso gotear el agua, artífice de aquella arquitectura que en una parte cava y en otras edifica. La vida compleja, múltiple de la corteza terrestre cesa allí, donde solo permanece activa, esa otra vida lenta, imperfecta, perezosa, inmensa en duración y en tiempo, que fue la vida de nuestro planeta en sus primeras edades. Dentro de la insondable sombra de aquellas bóvedas labradas en un bloque, se ven destellar las cristalizaciones como astros de un cielo subterráneo, o surgir las amenazadoras agujas de la estalactita como cabezas de serpientes, cuyo cuerpo se arrolla en profundidades desconocidas, o sale al paso la efigie fantástica, monstruosa o mística de la estalagmita que crece y se transforma por siglos.

    Y aquí viene una de las partes más sorprendentes del relato: la constancia de que, tres décadas antes del redescubrimiento de Alcalde del Río, estas cuevas ya formaban parte del atractivo turístico de Puente Viesgo, pues se visitaban, ¡con guía y todo!

    Como el tourismo no ha extendido hasta estos parajes su aparato teatral y su lucrativa farsa, se carece, para visitar la cueva, de guías declamadores y patéticos, armados, vestidos y calzados al intento, provistos de cordiales, escalas, sogas y románticas teas. Hay que procurarse para compañero algún muchacho, que nunca falta, más pagado de la honra de acompañar al señor que de la propina que le espera, y cargarle con un paquete de prosaicas velas de sebo, cerillas y ovillos de bramante. Este sabe el camino, ha entrado alguna vez al antro, y acaso afirma de buena fe que la pila de agua recogida en la piedra por la filtración constante, dentro de cuyo cristal sereno se ven con toda limpieza los guijarros caídos de la bóveda ó arrojados por el curioso, no tiene fondo. Pero desconoce toda precaución pavorosa, inútil, de esas inventadas para deleite y emoción de audaces ladies y misses. Nunca le ocurrió, ni le aconsejaron, tomar actitudes cómicas, hacer gestos y dirigir al peñasco miradas singulares; elegir determinados sitios para descanso, y lugar donde arrimar el palo, donde encender fuego, hacer señales, consultar indicios, referir casos trágicos ó cómicos; ni asomar la antorcha encendida á ciertas cavidades, para prevenir influencias deletéreas de los gases esparcidos dentro, ó disparar pistoletazos á boca de las estancias para precipitar el desprendimiento de fragmentos inseguros que pudieran amagar la cabeza de los que entrasen luego; ni ofrecer su brazo ó su hombro en ciertos pasos ponderados de peligrosos y resbaladizos, y que la imaginación del viajero encuentra efectivamente resbaladizos y difíciles, cuando todo es imputación calumniosa.
    Pero a trueque de estos dramáticos primores tan gratos de consignar en el pocket-book y de referir al regresar en los círculos familiares, la excursión con el montañesillo ofrece el interés profundo y vivo de una exploración primera, casi de un descubrimiento. Démosla por hecha y continuemos la jornada.
 
Una calle de Puente Viesgo, con el Monte Castillo al fondo, tomada a mediados de la última década de 1890. Archivo Pedro de la Vega Hormaechea.

    Algunos años después, concretamente en el verano de 1879, el ya citado Lamarque de Novoa, quiso realizar la visita a la caverna, pero no pudo ser porque en aquel momento no encontró un guía disponible de su confianza. Aun así, escribiría sus impresiones sobre el lugar y otros pormenores que le atañían, los cuales nos resultan harto interesantes para el fin que perseguimos:

    Casi frente al puente, y a la derecha del camino, se alza una altísima montaña cónica, cubierta a trozos de verdes helechos y de escajos, pobre de arboleda y cuyo color blanquecino está revelando la naturaleza caliza de que se compone. Por informes de un título de Castilla, amigo y convecino nuestro, que había viajado por este país, y por lo que de esta montaña había yo leído en varios libros, sabía que bajo su blanquecina corteza se escondía una extensísima y curiosa gruta de estalactitas, digna de visitarse por más de un concepto. Por desgracia mía, pocos días antes de mi llegada a Viesgo, y llevando yo el vehemente deseo de ver la caverna, el guía que acostumbraba a acompañar a los viajeros había muerto; y aunque otro hombre del país se ofreció a acompañarme, después de explorar él antes el terreno para conocer su situación, pude convencerme por sus incoherentes respuestas de que ignoraba por completo el sitio donde se hallaba, y renuncié a verla por no lanzarme por sendas de difícil acceso a la aventura, y casi en la seguridad de no conseguir mi objeto. Las tentativas posteriores que hice por verla fueron también infructuosas, porque nadie me dio razón de ella, y muchos del pueblo hasta ignoraban su existencia.

    En fin, como vemos, este singular monte icono de nuestro valle es por sí solo un auténtico yacimiento de historias, un lugar repleto de cosas para descubrir y después contar, desde la solitaria cumbre hoy solamente cubierta de enigmáticas ruinas, hasta la transitada base, desde la quebrada superficie, hasta las más oscuras profundidades de su vientre.

[1] BOHIGAS ROLDÁN, Ramón: Yacimientos arqueológicos medievales del sector central de la Montaña Cantábrica. Tomo Primero, Monografías Arqueológicas, nº 1, Asociación Cántabra para la Defensa del Patrimonio Subterráneo, Santander 1986, páginas 154-156.
[2] FRAILE, Miguel Ángel: Historia social y económica de Cantabria (hasta el siglo X), Copisan, Reinosa 1984.
[3] «Castillo de Viesgo (Pico del Castillo, Puente Viesgo, Cantabria): Datos para una aproximación a su estudio», en C.A.E.A.P., veinticinco años de investigaciones sobre el Patrimonio Cultural de Cantabria 1978-2003, Ayuntamiento de Camargo y Colectivo para la Ampliación de Estudios de Arqueología Prehistórica, Torrelavega 2003, páginas 265-273.
[4] MADOZ, Pascual: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, realizado entre 1845 y 1850.
[5] GONZÁLEZ ECHEGARAY, María del Carmen: Toranzo. Datos para la historia y etnografía de un valle montañés, Institución Cultural de Cantabria, Santander 1974, p. 189.
[6] A. H. P. C., Protocolos, leg. 4.436.
[7] A. H. P. C., Protocolos, leg. 4.455. Esta y la anterior cita nos las da a conocer en su libro Santuarios Marianos de Cantabria, Santander 1988, páginas 322 y 323.
[8] GONZÁLEZ ECHEGARAY, María del Carmen: Santuarios Marianos…
[9] GARCÍA ALONSO, Manuel: Descubriendo el Dobra (ISBN: 978-84-935670-2-6), edición CIMA (no pone el año en los créditos), p. 168.
[10] JOVELLANOS, Gaspar Melchor de: Diarios (Memorias íntimas) 1790-1801, Imprenta de sucesores de Hernando, Madrid 1915, p. 385.
[11] RUIZ DE SALAZAR, Manuel: Descripción geográfica y topográfica del valle de Toranzo, en la provincia de Santander, y observaciones hidrológicas sobre los baños y aguas hidrosulfuradas de Ontaneda y Alceda, Madrid 1850, páginas 82-83.
[12] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 24 de abril de 1850.
[13] MAESTRE, Amalio: Descripción Física y Geológica de la provincia de Santander, Imprenta de D. F. Gamayo, Madrid 1864, páginas 102 y 108.
[14] Hoy en día aún se pueden ver los restos de aquellas explotaciones mineras que existieron por las inmediaciones de Corrobárceno.
[15] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 27 de diciembre de 1867.
[16] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 5 de junio de 1868.
[17] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 21 de enero de 1869.
[18] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 25 de enero de 1869.
[19] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 24 de junio de 1869.
[20] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 12 de abril de 1870.
[21] En la Guía Consultor e indicador de Santander y su Provincia, de Antonio María Coll y Puig, publicada en 1875, dice que en el término municipal de Puente Viesgo existían en ese año 6 minas de hierro, 4 de plomo, 1 de turba y 11 de zinc.
[22] ABANTIADE, Ibero: Desde la Montaña. Cartas de impresiones de viaje dirigidas al director de El Eco de Andalucía, Sevilla 1883, páginas 37-39.
[23] Sin duda aquí se confunde, pues es la virgen del Castillo.
[24] PUIG Y LARRAZ, Gabriel: Cavernas y Simas de España, Est. Tip. Viuda e hijos de M. Tello, Madrid 1896, p. 287.
 
 

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