UNA CAMPANA PARA SAN MIGUEL DE LUENA

    Si hay algún sonido característico y privativo de los pueblos de aquí y de allá, ese es el de las campanas de su iglesia o iglesias. En Toranzo, esto que afirmamos tan categóricamente, ha sido hasta no hace mucho bien perceptible y notorio, o si no, preguntémosles a nuestros mayores. Como no se han fabricado dos campanas con idéntico retumbo, cada campanario tenía su propia identidad sonora, lo que le hacía reconocible a oídos de cualquier mortal que prestara atención hasta varios kilómetros a la redonda. Desde Acereda, por poner un ejemplo ilustrativo, se oye el tañer de las de San Martín, San Vicente, Villegar, Borleña, Santiurde, Prases y Villasevil, y si el escuchador tiene buen oído, alguna más.
    Se puede afirmar que los moradores de nuestros pueblos tenían presente el sonido de sus campanas y, como vemos, las del vecino desde que nacían y hasta que fallecían, pues no en vano existía un toque de campana específico cuando un miembro de la comunidad dejaba este mundo. Eran básicas y esenciales, imprescindibles diríamos: servían no sólo para llamar a los fieles a los distintos oficios religiosos (misas, rosarios, funerales, etc.), si no que también se usaban para comunicar a los vecinos muchas cuestiones relacionadas con la vida cotidiana de las familias y de toda la comunidad, a veces de trascendental importancia, como era el caso de avisar cuando había un incendio que amenazaba las vidas y las propiedades, tanto particulares como colectivas, o cuando se volteaban para que el pedrisco o las amenazadoras tormentas se alejaran del pueblo. El toque «a concejo» era la señal para que los miembros de éste se reunieran en democrática asamblea para tratar las cuestiones del común. 
 
Campanario de la iglesia parroquial de Villasevil. Fotografía R. Villegas.

    Se podría hacer sobre esta cuestión un ensayo no poco voluminoso que abordara todos los aspectos de esta milenaria práctica, incluyendo la labor de los campaneros, tanto los que se dedicaban a fabricarlas, siendo los trasmeranos los más expertos y afamados en ello, como a los y las que tenían la misión de tañerlas, que en este aspecto también había campaneras.
    En fin, con todo esto antedicho, las campanas de la iglesia eran un bien a cuidar y proteger por parte de los dos poderes máximos de nuestras aldeas y pueblos: el religioso y el civil, o concejil. Veamos un caso.
    En 1878, una de las campanas de la iglesia parroquial de San Miguel de Luena estaba rota e inservible para ejercer su cometido correctamente. Como cosa de interés común que era, acordaron el cura del pueblo, don Manuel, y el máximo representante del concejo en aquel momento, cuyo nombre desconocemos, realizar las oportunas gestiones para arreglar la campana estropeada. Para que todo se hiciera con arreglo a la transparencia y legalidad que requerían los vecinos de San Miguel, se convocó una asamblea, que seguramente se celebraría en el mismo portal del templo, en la que el representante eclesiástico y la autoridad civil dejaron estipulados los términos de la operación. 
 
Vista general de la iglesia de san Miguel de Luena. Fotografía R. Villegas.

    Todo esto lo sabemos gracias a un documento perteneciente a nuestro archivo particular, rescatado no hace mucho de una tienda de antigüedades. En él, como a continuación veremos, a modo de acta, quedó negro sobre blanco redactado el acuerdo por el cual tenía que repararse la campana rota.
    «En el pueblo de San Miguel de Luena, a 14 de julio de 1878, reunidos el Señor Cura Párroco Don Manuel Huerta y el Concejo para tratar de la fundición de una campana». Así comenzaba, diciendo a renglón seguido que habían negociado sobre el asunto con Manuel Ballesteros y Lastra, que era vecino del pueblo de Setién, en Trasmiera, de oficio campanero, conviniendo de mutuo acuerdo que éste fundiera la campana en su taller bajo las bases siguientes:
«El Señor Ballesteros se obliga a traer dentro de dos meses la campana nuevamente hecha, y cuyo peso ha de ser de 26/ [y media] arroba aproximadamente.
El Señor Cura y el pueblo se obligan a darle la cantidad de novecientos reales en esta forma: 500 el día que entregue la campana y 400 en el próximo octubre.
Cuando haga entrega de la campana y se le satisfaga su importe, se comprometerá el Señor Ballesteros, por un documento al efecto, a responder de la buena hechura de la campana, durante el término de un año.
Si al hacer entrega de la campana resultase de más peso que 26 arrobas 14 libras, se le abonará lo que exceda a razón de 8 reales/libra y si hubiese menos se le desquitará a dicho precio, y para que conste lo firman el Señor Cura y una Comisión del Concejo y el campanero».
    De cómo fue el proceso de descabalgar la campana de tan alto campanario, subirla a un carro y transportarla a Setién nada podemos decir, aunque se nos antoja que no fue nada sencillo. En el documento al que hacemos referencia ponía que la pieza había pesado al bajarla de su aposento 26 arrobas y 14 libras, lo que traducido a kilos arroja una cifra de algo más de 300.
 
Documento al que se hace referencia en este artículo. Colección R. Villegas.

    En el momento que el señor Manuel Ballesteros trajo a Luena la nueva campana ya reparada, pesó 28 arrobas y 20 libras, o sea, 2 arrobas y 6 libras más que cuando partió, por lo que los demandantes del servicio tuvieron que abonar al campanero trasmerano la demasía resultante, que a razón de 8 reales la libra fueron 448. Sumado esto al coste de la hechura, que fueron 900 reales, sale 1.348 reales el precio final que los lueneses de San Miguel tuvieron que abonar al profesional de Setién por ver restablecido el «orden sonoro» en el campanario de la iglesia de su pueblo.
    Para finalizar este pasaje de la historia de San Miguel de Luena, decir que el nombre completo del cura que aquí sale a colación era Manuel Fernández Huerta [1] . No hemos encontrado gran cosa sobre él —tampoco nos hemos esmerado—. En 1883 aún era el titular de esta parroquia, pues aquí era donde recibía la correspondencia [2]  ; en 1897 estaba destinado en Saro y Vega de Carriedo [3] , cargo que debió compaginar con el de capellán del cercano convento de La Canal [4]  y poco más podemos decir. Por otra parte, Carmen González Echegaray, en su libro sobre nuestro valle, tantas veces referenciado por nosotros, al hablar de la iglesia de San Miguel de Luena decía entre otras cosas que había una «capellanía fundada por don Juan García de la Huerta, y era capellán de ella en 1715 don Santos García de la Huerta» [5] . Este dato, junto al hecho de que nuestro eclesiástico protagonista tenía propiedades en este pueblo, según vemos en la prensa oficial de entonces [6] , nos hace pensar que era natural de él y que pertenecía a una familia de larga tradición clerical.
 
 
[1] En el documento parece poner Pérez en lugar de Fernández, pero, en verdad, era su nombre completo Manuel Fernández Huerta.
[2]
El Correo de Cantabria, 17 de diciembre de 1883.
[3] El Cantábrico, 2 de noviembre de 1897.
[4] El Cantábrico, 3 de junio de 1898.
[5] GONZÁLEZ ECHEGARAY, María del Carmen: Toranzo. Datos para la historia y etnografía de un valle montañés, Institución Cultural de Cantabria, Santander 1974, p. 192.
[6] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 17 de diciembre de 1897.
 


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