LA VIEJA DE VARGAS
Se puede afirmar sin ningún género de dudas que el acontecimiento histórico más relevante, por las consecuencias derivadas de él, acaecido en el valle de Toranzo fue la famosa batalla o acción de Vargas. Este hecho de armas, que tuvo lugar el 3 de noviembre de 1833, enfrentaría, como sabemos, en las inmediaciones del puente de Carandía, ya en terreno de Vargas, a una nutrida columna carlista procedente del norte de la provincia de Burgos integrada por una amalgama de insurrectos castellanos, vizcaínos y cántabros, contra un no menos variopinto contingente liberal que había partido de la ciudad de Santander con la intención de hacerles frente antes de que llegaran a la capital, objetivo de aquellos. Estamos en los comienzos de la llamada I Guerra Carlista, la que ensangrentaría España entre 1833 y 1839.
Decíamos que fue un suceso de gran importancia porque, gracias a la victoria de los fieles a la reina en Vargas, comandados por el entonces coronel Fermín de Iriarte, se evitó algo que seguramente hubiese cambiado el curso posterior de la guerra, esto es, la caída de Santander y con ella toda la provincia, donde los insurrectos contaban con innumerables seguidores. Tomada ésta, rearmados y pertrechados los carlistas, Asturias y Galicia estaban abocadas a correr la misma suerte, ya que eran territorios escasamente protegidos por el ejército liberal y en donde los expedicionarios contaban igualmente con legiones de adictos. Levantado todo el norte y oeste peninsular (más otras grandes regiones que en parte ya lo estaban), muy posiblemente el pretendiente D. Carlos hubiese logrado su objetivo de proclamarse rey de España y restaurar el «orden absolutista».
Pero no vamos a tratar aquí las vicisitudes del encontronazo acaecido en los campos de Vargas aquel día, cosa que dejaremos para otra ocasión, sino de un personaje que obtuvo cierta relevancia en la vida lúdica de los santanderinos del siglo XIX y parte del XX relacionado directamente con este acontecimiento. Nos referimos a la popular «Vieja de Vargas».
Decíamos que fue un suceso de gran importancia porque, gracias a la victoria de los fieles a la reina en Vargas, comandados por el entonces coronel Fermín de Iriarte, se evitó algo que seguramente hubiese cambiado el curso posterior de la guerra, esto es, la caída de Santander y con ella toda la provincia, donde los insurrectos contaban con innumerables seguidores. Tomada ésta, rearmados y pertrechados los carlistas, Asturias y Galicia estaban abocadas a correr la misma suerte, ya que eran territorios escasamente protegidos por el ejército liberal y en donde los expedicionarios contaban igualmente con legiones de adictos. Levantado todo el norte y oeste peninsular (más otras grandes regiones que en parte ya lo estaban), muy posiblemente el pretendiente D. Carlos hubiese logrado su objetivo de proclamarse rey de España y restaurar el «orden absolutista».
Pero no vamos a tratar aquí las vicisitudes del encontronazo acaecido en los campos de Vargas aquel día, cosa que dejaremos para otra ocasión, sino de un personaje que obtuvo cierta relevancia en la vida lúdica de los santanderinos del siglo XIX y parte del XX relacionado directamente con este acontecimiento. Nos referimos a la popular «Vieja de Vargas».
La «Vieja de Vargas», una de las gigantillas santanderinas que amenizan las fiestas populares de la ciudad. Fotografía Asociación Gigantes y Cabezudos de Santander |
Y es que, como decíamos hace tiempo al hablar de esta acción guerrera, «siguiendo la norma no escrita de que toda gran batalla o suceso bélico importante y decisivo traía consigo de manera irrefutable el engendro de ciertos protagonistas, objetos y situaciones que el vulgo convertía, con el paso del tiempo, en personajes de fiestas populares o motivos de celebración —he ahí, por ejemplo, el caso de la «Verbena del Mantón» en Ramales de la Victoria—, nos encontramos en Vargas con una historia peculiar, con un pasaje a medio camino entre la leyenda y el hecho histórico, que habla de una anciana andarina y «chivata» cuya intervención resultaría providencial para la victoria de Iriarte y sus hombres» [1] .
José Simón Cabarga, el gran cronista de lo santanderino, echando mano de las investigaciones de otro emérito historiador y etnógrafo, convecino suyo además, Sixto Córdova y Oña, habla de ella varias veces en sus escritos [2] , pues la relevancia del personaje lo demandaba a su entender, destacando la supuesta participación de la misma en la refriega y la posterior elevación de su figura, convertida en gigantilla, a los altares del «Olimpo» popular santanderino.
«Entre los informes que Iriarte adquirió en el camino y al que se refiere en parte, fue muy importante el facilitado por una anciana que dio origen a la leyenda de la famosa “Vieja de Vargas”, incorporada a la historia pintoresca local con un perfil que el tiempo no ha borrado todavía, transmitido por la tradición popular y por frecuentes evocaciones literarias. Hacia el año 1932 [3] , el erudito investigador don Sixto Córdova y Oña publicó un interesante trabajo, fruto de sus minuciosas rebúsquedas en torno a la legendaria “Vieja”, a la que los santanderinos llegaron a inmortalizar en una también famosa gigantilla de la cuadrilla de estafermos que alegraron las fiestas de la ciudad durante el siglo XIX. Tanto más interesante es el trabajo de Córdova y Oña en cuanto que, burla burlando, puso un poco de orden en la algarabía sobre la “acción de Vargas”. “Al no conocer otro documento que la cite ni aluda —escribió Córdova— me parece conveniente exponer algunos datos antes de que sean olvidados y confundidos. La tradición popular no pone en duda la actuación de la vieja de Vargas, pero los pormenores varían en las diversas aldeas y hay personas aún en Vargas y en Renedo que la hacen intervenir contra los franceses, comprobando, como dijo Pereda, que para el vulgo montañés cualquier hecho pasado no bien conocido “es obra de moros o de la francesada”. Por los testimonios oídos desde niño, juzgo creíbles los hechos siguientes: cuando don Fermín Iriarte llegó al puente de Carandía al mando de la columna de Santander, le fue oportuno el encuentro con una anciana que minutos antes había pasado entre los carlistas. Era ella doña Manuela García de la Macorra [4] , de 65 años, vecina de Renedo, donde nació el 20 de diciembre de 1767, cuya casa existe todavía en el barrio de Cuartas, con el número 2, frente a la estación del ferrocarril. Tenía enfermo a Miguel, hijo suyo de 21 años, y no habiendo a la sazón botica en Renedo, marchó a la de Vargas, situada entonces no en el crucero, como hoy, al pie de la carretera, sino un kilómetro al oeste, en el barrio de Llano. Esta farmacia había sido fundada allí en 1763 por el señor Herrán, y todavía pertenece a la misma familia con el apellido de Quintana. Doña Manuela estaba impresionadísima porque pasó entre muchos militares en pie de guerra al ir a la botica y volver por el camino vecinal de Tintiro, que baja a la carretera real por la Cuesta de la Garita y desemboca por Riopozo, a doscientos metros del puente. Y cuando allí vio a los guerreros de Santander exclamó: “Hijos míos, no vayáis más allá, que os van a matar”. Dio entonces noticias detalladas que no sólo doblaron la fuerza de Iriarte, por aquello de “hombre prevenido vale por dos”, sino que los cuatrocientos hombres, abiertos en guerrilla, produjeron la sorpresa y el pánico que desparramó a los carlistas por todos los montes. Dícese que un muchacho de Vargas, llamado Felipe Peña, iba con los liberales y aconsejó, como conocedor del terreno, los caminos más apropiados. Con estos lances terribles, la buena de doña Manuela murió a los tres meses en Renedo, del corazón, según dicen sus descendientes; y así parece comprobarlo la partida sacramental de defunción, cuando dice que recibió el sacramento de la Penitencia, pero no el Viático ni la Extremaunción “por falta de tiempo”. Murió a las 10 de la mañana del 27 de febrero de 1834 y dejó a su esposo, Bernardo Saiz, y seis hijos: Juan, María, Estanislao, Nicolás, Domingo y Miguel”.
Fermín Iriarte. |
“Así debió de ocurrir que al ser conocido el detalle oportunísimo de la anciana que informó en Vargas, muchos prorrumpieron en incesantes y desaforados vivas a la “Vieja de Vargas”. Y quedó, como símbolo, una gigantilla, la más famosa de las seis que amenizaron nuestras fiestas durante sesenta años. Los descendientes de doña Manuela vieron con pena su figura representada en una gigantilla risible; mas la glorificación del personaje que informó ingenua y cumplidamente disipa las sombras y abrillanta su nombre histórico. En cambio, al renombre popular de la famosa gigantilla de la Vieja, se figuraron en Vargas, y así lo creen aún con ufanía algunos parientes, que la gigantilla, al denominarse “Vieja de Vargas” tuvo que referirse a Mari Santos de Eizaguirre, de 62 años, casada con Juan Velar, naturales de Elorrio, en Vizcaya, y caseros a la sazón del palacio de Ceballos, que es hoy de Tagle, situado en el campo de la batalla, aunque pertenecía, como hoy, a la parroquia de Las Presillas. Cuentan allí que se hallaba entre la casona citada y el puente, cuando pasó cerca de ella la guerrilla de granaderos que subía aquella varga por el camino llamado del Palacio. Murió del cólera el 1835, en Vargas».
Las gigantillas de Santander eran unos personajes que, a modo de gigantes y cabezudos, animaban las fiestas y celebraciones más populares de la capital de Cantabria. En un principio eran tres: D. Pantaleón, Doña Tomasa y la Repipiada, más dos «enanos» cabezudos. «Para la proclamación de Isabel II en 1843, la familia de gigantes había crecido. A los tres primeros personajes se les añadieron la “Vieja de Vargas” que con los años se convirtió en el personaje más famoso y la “Doncella de los Lobos”. Estos cinco personajes se hicieron como de la familia de aquellos santanderinos del siglo XIX, quienes les tuvieron tanto cariño que los conservaron hasta 1903» [5].
Sobre la indumentaria que lucía esta vieja gigante tenemos varias versiones: Simón Cabarga decía, por ejemplo, que llevaba un «vestido de lunarcillos blancos sobre fondo gris y pañuelo terciado al pecho», y Sixto Córdova, a su vez, que «tenía un traje negro floreado en color verde oscuro; pañuelo claro a la cabeza atado a la barbilla por un lazo al estilo de las ancianas de nuestras aldeas y un delantal pardo sobre el que llevaba las manos rígidamente extendidas hacia abajo. Por encima del chal caía su larga trenza cana». En un artículo aparecido en La Región Cántabra en 1914 leemos también que la Vieja de Vargas era «de la misma estatura que su socio don Pantaleón —seis metros—, con quien bailaba; su cara arrugada, su pañuelo de percal a la cabeza, que permitía ver los blancos cabellos en la heroína de Vargas; traje sencillísimo, de percal, como el pañuelo y el delantal en la misma tela con dibujos a cuadros» [6].
Por varios motivos, entre los que se encontraban el haber coincidido en la misma fecha la acción de Vargas (1833) y el desastre del vapor Cabo Machichaco (1893), la tradición de las gigantillas santanderinas fue decayendo durante el primer tercio del siglo XX hasta desaparecer. En el año 2006, felizmente el Ayuntamiento de Santander recuperó esta seña de identidad municipal —una de las escasísimas que conserva— y a partir de 2009 es la Asociación Gigantes y Cabezudos de Santander quien se encarga de darles vida y airearlas por la ciudad, siendo nuestra Vieja de Vargas una de las más admiradas. ¡Por algo será! No en vano fue ella quien, con su oportuno chivatazo, libró a la ciudad de la turba carlista.
Sobre la indumentaria que lucía esta vieja gigante tenemos varias versiones: Simón Cabarga decía, por ejemplo, que llevaba un «vestido de lunarcillos blancos sobre fondo gris y pañuelo terciado al pecho», y Sixto Córdova, a su vez, que «tenía un traje negro floreado en color verde oscuro; pañuelo claro a la cabeza atado a la barbilla por un lazo al estilo de las ancianas de nuestras aldeas y un delantal pardo sobre el que llevaba las manos rígidamente extendidas hacia abajo. Por encima del chal caía su larga trenza cana». En un artículo aparecido en La Región Cántabra en 1914 leemos también que la Vieja de Vargas era «de la misma estatura que su socio don Pantaleón —seis metros—, con quien bailaba; su cara arrugada, su pañuelo de percal a la cabeza, que permitía ver los blancos cabellos en la heroína de Vargas; traje sencillísimo, de percal, como el pañuelo y el delantal en la misma tela con dibujos a cuadros» [6].
Por varios motivos, entre los que se encontraban el haber coincidido en la misma fecha la acción de Vargas (1833) y el desastre del vapor Cabo Machichaco (1893), la tradición de las gigantillas santanderinas fue decayendo durante el primer tercio del siglo XX hasta desaparecer. En el año 2006, felizmente el Ayuntamiento de Santander recuperó esta seña de identidad municipal —una de las escasísimas que conserva— y a partir de 2009 es la Asociación Gigantes y Cabezudos de Santander quien se encarga de darles vida y airearlas por la ciudad, siendo nuestra Vieja de Vargas una de las más admiradas. ¡Por algo será! No en vano fue ella quien, con su oportuno chivatazo, libró a la ciudad de la turba carlista.
[1] VILLEGAS
LÓPEZ, Ramón: La Primera Guerra Carlista
en la comarca Pas-Pisueña (1833-1839), LIBRUCOS 2012, p. 43.
[2] SIMÓN CABARGA, José; Santander en el siglo de los pronunciamientos y las guerras civiles. Institución Cultural de Cantabria, 1972, pp. 123-124.
[3] Realmente fue publicado en El Diario Montañés del primero de febrero de 1934, al cumplirse el centenario de la acción de Vargas.
[4] Macorra es el nombre de uno de los dos barrios en que estaba dividido antaño el concejo de Carandía. Éste, que coincide con el apellido de muestra protagonista, era precisamente el que pertenecía a la jurisdicción del Valle de Toranzo.
[5] Información extraída de http://gigantillas.blogspot.com/, sitio web de la Asociación Gigantes y Cabezudos de Santander, grupo que actualmente mantiene viva la tradición.
[6] La Región Cántabra (Santander), 21 de julio de 1914.
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