NUMISMÁTICA

Con el nombre de numismática se designa la disciplina que estudia las monedas y las medallas, especialmente las antiguas, y también a la afición a coleccionarlas. Los numismáticos son, pues, de forma muy resumida, aquellas personas que investigan, analizan, indagan, etc., sobre lo que estas piezas redondas, que tantos dolores de cabeza ha dado a la humanidad desde su invención, nos pueden decir de su procedencia y las características que las identifican. Los numismáticos, así mismo, son quienes las recopilan, las catalogan y las dan a conocer a la sociedad para que ésta aprenda de su pasado, ya que las monedas y las medallas son como pequeños libros que pueden contar mucho de la época en que fueron acuñadas y puestas en circulación.
    En muchas ocasiones las monedas se pierden —o se guardan tanto que al final es como si se perdieran también—, por infinidad de motivos, reapareciendo tiempo después de manera casual ante ojos que no las reconocen por haber caducado su valor legal, siendo tan antiguas que nadie perteneciente al reino de los vivos las recuerda e identifica. Cuando esto ocurre, y si son varias o muchas las que afloran juntas, se dice entonces que ha aparecido un tesoro o tesorillo, lo cual siempre es motivo de lógica alegría para el que las encuentra. La satisfacción de hallar dichos caudales es tanta que, aunque sólo sea un triste ejemplar, entran unas ganas inaguantables de informarse sobre la época de su acuñamiento y, sobre todo y ante todo, el valor crematístico que tiene, pues no deja en ningún momento de ser lo que es: dinero.
    El ansia de averiguación de la valía de lo encontrado ha dado pie casi siempre a que el hallazgo trascienda a lo privado, y sea conocido por todos a través de diversos procedimientos, siendo los medios de comunicación quizás los más efectivos en este aspecto. La aparición de un tesoro de monedas siempre ha sido noticia relevante. Ejemplos hay por doquier.
    En nuestro valle de Toranzo también han «vuelto a la vida» en varias ocasiones monedas pertenecientes a tiempos pasados —a veces, muy pasados—, que llamaron la atención de todo el mundo que supo de ellas por su rareza e importancia numismática, a la vez que histórica. Conscientes somos igualmente que casos habrá habido en los que tales hallazgos pasaron inadvertidos por estimar los afortunados descubridores que era más conveniente gestionar lo encontrado de manera secreta y oculta a los curiosos.
    No perteneció a este grupo, desde luego, un joven del barrio de La Parada, en Luena, que en los primeros días de septiembre de 1934 halló entre las rocas de una garganta una moneda que todo parecía indicar que era de oro y de un mérito extraordinario a juzgar por sus características y fisonomía.
 
Monedas romanas aparecidas en la plaza del convento del Soto (Iruz, valle de Toranzo) en 1955 y estudiadas por Antonio García y Bellido.
 
    Al hallazgo de dicha moneda, cuya antigüedad se sospechaba que era enorme, se le concedió mucha importancia por parte de todo el mundo que supo de ella, incluido el activo corresponsal de El Cantábrico en la zona, el cual escribía al respecto en el correspondiente al 9 de septiembre que «las personas inteligentes en antigüedades han tomado cartas en el asunto, al parecer con gran interés, lo que prueba que se trata de algo raro y de positivo valor». A pesar de que este cronista nos advertía de que, una vez conocida la opinión de los peritos numismáticos, calmaría «las naturales inquietudes de los curiosos impacientes», lo cierto es que no volvimos a leer en el periódico referenciado —ni en ninguno otro— alusión alguna a la susodicha moneda. ¿Sería realmente de oro?, ¿de qué época databa?, ¿qué valor tenía? Son preguntas que nos hacemos y que quedan sin respuesta. El nombre del afortunado tampoco constaba en la información publicada.
    Unos años más tarde, en agosto de 1955, al excavar una zanja contigua al convento del Soto aparecieron tres denarios romanos del siglo I antes de Cristo, de gran valor arqueológico e histórico. Parece ser que Juan Cuesta Urcelay, por entonces director del laboratorio del Instituto Español de Oceanografía en Santander, los había recibido en concepto de regalo por parte de Jenaro Fernández. Este Juan Cuesta, a su vez, se los donó al Centro de Estudios Montañeses y al mismo tiempo informó del hallazgo al prestigioso historiador y arqueólogo, miembro de la Real Academia de la Historia, Antonio García y Bellido, el cual publicaría el resultado de su examen en 1956 [1] .

Santuario de la Virgen del Soto y el convento en la década de 1920. Archivo R. Villegas.

    Las tres monedas fueron catalogadas entonces de esta manera: denario ibérico de Turiazu, denario ibérico de Sekobirikes y, por último, un denario republicano romano. Tras su donación al Centro de Estudios Montañeses desgraciadamente no se volvió a saber nada más de ellas, quedando como única referencia la pequeña reseña y una fotografía publicada por García y Bellido. «Sin embargo, años más tarde, el arqueólogo José Raúl Vega de la Torre (1951-2008), del Instituto de Prehistoria y Arqueología Sautuola, dio a conocer un nuevo ejemplar “propiedad de don Manuel Santamaría y, por las referencias, perteneciente al lote entonces exhumado” (Vega de la Torre, 1982), y cuya foto reproducimos. Como bien escribe Manuel Gozalbes, esto “plantea la posible existencia de un conjunto mayor al conocido”, a pesar de que en su publicación García y Bellido no señala la posibilidad de que el hallazgo pudiese contener más piezas (Gozalbes, 2009 [2] . Este cuarto denario tiene un diámetro de 20 mm y pesa 3,62 g, tratándose de otro ejemplar ibérico de Sekobirikes.

Cuarto denario perteneciente al yacimiento de Iruz.

    Actualmente algunos investigadores, concretamente el doctor José Ángel Hierro Gárate y sus compañeros de «Proyecto Agger», Rafael Bolado del Castillo, Enrique Gutiérrez Cuenca y Eduardo Peralta Labrador, han relacionado este tesorillo con la existencia de una estructura campamental romana de la época de las Guerras Cántabras en las inmediaciones del cercano pueblo de Pando.
    Ésta no sería la única vez que aparecerían monedas antiguas en la plaza del convento del Soto. En septiembre de 1964, en el transcurso de unas obras de remodelación del lugar, salieron a flote, además de una serie de tumbas de lajas de los siglos XIV y XV, varias piezas de distinto valor, pertenecientes a los reinados de Felipe III y Felipe IV. La explicación más probable de este hallazgo hay que buscarla en la celebración de un mercado que, desde muy antiguo, ha venido celebrándose en las proximidades del santuario [3] .

Mercado en la plaza del convento del Soto a finales de los años veinte del pasado siglo. Archivo R. Villegas.

    Igualmente perteneciente a la conquista de Cantabria por las legiones romanas durante el primer tercio de siglo I a.C. es el yacimiento de la Espina del Gallego, estratégico enclave situado en el cordal que separa las cuencas de los ríos Pas y Besaya, justo en el punto donde convergen los límites de los municipios de Corvera de Toranzo, Anievas y Arenas de Iguña. Formando parte de una serie de campamentos romanos y restos de castros indígenas que jalonan estos montes de norte a sur y de sur a norte, la Espina del Gallego se revela como un lugar importante de este escenario bélico, a juzgar por los restos arqueológicos allí encontrados, entre los cuales figuran una serie de monedas romanas.
    La primera referencia arqueológica que alertaba ya de su interés histórico se la debemos a Javier González de Riancho Mazo, que en 1988 le da a conocer en su libro sobre la posible vía romana del Escudo [4] . Pero el que realmente excavó y puso en valor este yacimiento —y otros de la sierra— fue Eduardo Peralta Labrador. En 1996 reconoce la estructura castreña y empiezan a aflorar importantes materiales, principalmente romanos, que van arrojando algo de luz sobre el escenario y los acontecimientos guerreros allí vividos hace más de dos mil años. Entre estos hallazgos figuraba un denario tardorrepublicano. Durante las sucesivas campañas arqueológicas desarrolladas en aquel enclave por Peralta Labrador y el equipo que le acompañaba fueron apareciendo gran abundancia de objetos y estructuras (murallas, barracones, chozas…) y también más monedas.
    Centrándonos es estas últimas, que es lo que ahora nos interesa reseñar, diremos que exactamente en 1977 se encontraron varias en uno de los barracones excavados del sector norte. «El lote lo componen nueve denarios emitidos entre los años 114-113 a.C. y 42 a.C. por diferentes familias patricias romanas. No debemos de hacer referencia directa a la última de las fechas (42 a.C.) con el periodo de ocupación romana del campamento, ya que esto nos puede inducir a error. Aceptar que en este año la Espina del Gallego ya estaba tomada por el ejército romano nos llevaría fuera de la cronología de ocupación romana en las Guerras Cántabras. No olvidemos tampoco que el castellum y los barracones romanos son posteriores a la toma y ocupación de este castro, lo que cronológicamente nos sitúa ya en la “Postguerra”, es decir por encima del año 19 a.C.
    En otra vertiente, viendo el número total de monedas, resulta más apropiado hablar de ocultación más que de un tesorillo o pérdida fortuita de alguno de los soldados que allí moraron. Alguna de estas monedas estaba forrada, lo que se relaciona directamente con parte de un pago destinado a un soldado por sus servicios… está claro que para su desgracia nunca lo cobró» [5] .

José Ángel Hierro Gárate durante su magistral intervención en el I Ciclo de Conferencias de Historia del Valle de Toranzo, el 20 de agosto de 2022. En la imagen aparece el momento en el que muestra al público el conjunto de monedas aparecidas en la Espina del Gallego, yacimiento excavado por Eduardo Peralta Labrador. Fuente: https://www.youtube.com/@RegioCantabrorum

    También en la década de 1950 saldría a la luz en el territorio torancés otro tesorillo compuesto de monedas antiguas, en este caso nunca mejor dicho lo de «salió a la luz», ya que se encontraron en las profundidades de una de las cuevas que forman lo que el padre Carballo calificaría como «ciudad troglodítica» refiriéndose al conjunto de cavidades que fueron habitadas por el hombre primitivo en el Monte Castillo, en Puente Viesgo.
    En 1952, concretamente en los primeros días del mes de abril y con motivo de unos trabajos de roza para la plantación de eucaliptos en la zona, el guarda forestal don Isidoro Blanco halló la entrada de una caverna de cuya existencia ya era conocedor desde niño. Advertidas las autoridades del hallazgo y vista la posible importancia de lo que dentro se podía esconder en términos arqueológicos se procedió a condicionar la entrada y cerrarla.

Vista del icónico Monte Castillo desde la torre del santuario de la Virgen del Soto. Archivo R. Villegas.

«En los días consecutivos, durante los cuales la prensa se ocupó ampliamente del descubrimiento, se exploró la nueva cavidad y se comprobó que sólo contenía pinturas en una pequeña galería de su sector occidental. La cueva no tenía todavía nombre, pero empezó a ser denominada “de los osos” por la gran cantidad de restos de este plantígrado que se encontraban dispersos por toda ella. Sin embargo, este nombre no tenía que mantenerse, pues la exploración detallada de la cueva dio por resultado el hallazgo, junto a la sima o pozo que se encuentra en la sala cuarta, de un lote de 23 monedas de la época de los Reyes Católicos, una de ellas de plata, la más moderna de las cuales lleva un resello con la fecha 1503 o 1563 (seguramente 1503). Las huellas del valeroso buscador de tesoros, que perdió su bolsa en lugar tan alejado de la luz del día en tiempos de los reinados de Carlos V o de Felipe II, se pudieron comprobar en otros lugares de la caverna, que recorrió en casi su totalidad. Este es el motivo por el que esta gran caverna recibió el nombre de “Cueva de las Monedas”, con el cual ha pasado a figurar en la literatura científica» [6].

Tesorillo aparecido en la cueva de Las Monedas, en Puente Viesgo.

    Pero, sin duda alguna, quien se llevó la palma en esto de manar monedas de tiempos pretéritos fue Alceda-Ontaneda, o mejor dicho, los manantiales de aguas medicinales que generosamente brotan en sus términos [7] . La historia resumida de estos hallazgos la podemos leer en uno de los libros más importantes jamás escritos sobre el valle de Toranzo, que data de 1876 y cuyo autor fue Manuel Ruiz de Salazar, a la sazón médico de los balnearios de Aceda y Ontaneda en aquellos años. En su monografía [8] relata las circunstancias del hallazgo, las características de las numerosas monedas sacadas del fondo de las aguas y su datación, que ya anunciamos que eran de época romana las más antiguas. Esto es lo que escribía el doctor Salazar al respecto:

«Las aguas medicinales de Ontaneda y Alceda eran una de tantas preciosidades como España encierra, ignoradas de todos hace pocos años, hasta que la casualidad descubrió sus virtudes. Con el fin de averiguar si estos manantiales fueron conocidos en la antigüedad, consulté en un principio a los hidrólogos Morales, Garibay, Bedoya y Limón Montero; registré algunos diccionarios geográficos y también los archivos de estos pueblos; pero ni en aquellos ni en estos hallé mención de tales fuentes. También procuré informarme de los hombres más curiosos e instruidos de aquel país; mas todas estas diligencias fueron en vano; pero los trabajos y excavaciones practicados muchos años después para el recogimiento de estas fuentes minerales vinieron a resolver este oscuro problema.
    Como durante algún tiempo antes de recoger los manantiales se bañaban los concurrentes sobre el nacimiento de los mismos, sucedía con frecuencia que al desnudarse dejaban caer en el manantial, involuntariamente, las monedas que llevaban en sus bolsillos y confundidas con el guijo y arena oscura de su suelo se deslizaban éstas por entre las piedrecillas o cascajo, en términos que, si no imposible, al menos era sumamente difícil recobrarlas todas: así es que al practicar las citadas excavaciones aparecieron entre las primeras capas gran número de monedas de oro, plata y cobre de las que en la actualidad se hallan en circulación; y después, a la profundidad de bastantes pies, se hallaron muchas monedas y medallas romanas, unas destruidas y gastadas, y otras en buen estado de conservación, de las cuales se hallan en nuestro poder las que a continuación describiremos.
    Así como el hallazgo de las monedas contemporáneas encontradas en las primeras capas de cascajo en que brotaban las aguas testifican el uso que de ellas se venía haciendo en esta época, de la misma manera las monedas y medallas romanas encontradas después entre el guijo a muchos pies de profundidad es un dato tan precioso y concluyente que él solo esclarece y abre la historia de estos manantiales, llevándola hasta perderse en la oscuridad de los tiempos, atestiguando que de esta agua se valía la humanidad para curar sus males allá en los tiempos de la dominación romana.
    Es indudable que las heridas abiertas por las lanzas de los césares en nuestros invencibles cántabros hallaron en las fuentes de Ontaneda y Alceda su curación; pero se colige que brotaban entonces en un suelo menos elevado del que últimamente presenta el valle en su fondo, y en que se alumbraban estas fuentes antes de practicarse su recogimiento.
    Estos ejemplares numismáticos son a la vez un dato geológico curioso y concluyente: las monedas encontradas a la citada profundidad prueban claramente que la superficie actual del valle se ha elevado sobre la que tenía en aquellos remotos siglos de una manera considerable, y esto se comprende perfectamente, porque rodeado aquel de rápidas pendientes y de elevadas cadenas de montañas, y acometido además por uno y otros lado en toda su extensión de valles subalternos, y siendo en este país muy tempestuosos y violentos los meteoros acuosos, ocurren con frecuencia sorprendentes cataclismos o aluviones que arrastran de los altos montes y pendientes laderas, enormes cantidades de guijo y piedra depositándolos en el fondo del valle, de cuya manera se ha ido elevando el suelo de su planicie hasta la altura que ahora presenta.

Ilustración del doctor Ruiz de Salazar que muestra cómo eran los baños de Alceda y Ontaneda en 1847. Archivo R. Villegas.

    Descripción de las monedas romanas halladas en las fuentes

    En el anverso de una de las monedas, en regular conservación, se ve el busto de Tiberio mirando a la izquierda con la cabeza desnuda, y alrededor se lee CLAVDIVS ÆSAR AVG. PM. T. RP; y alrededor LIBERTAS AVGTA, y en el área S. C. (Senatus consultus.)
    Otras de las monedas encontradas son dos grandes bronces iguales, mal conservados, que parecen ser de Nerón, en cuyo anverso se lee AVG. PM., y en el reverso se ve una matrona en pie, al parecer sacrificando sobre ara, con pátera en la mano, y en el área S. C.
    La cuarta es otro bronce de Domiciano o Vespasiano. En el anverso de la quinta, en regular conservación, se halla el busto de Augusto con corona de encina: a los lados Litio y Sínfulo: en el reverso hay un sacerdote guiando dos bueyes: debajo I͡.I VIR.: encima CÆSAR AVG., y alrededor los nombres de los I͡I. VIROS.
    Finalmente, en anverso de la sexta tiene el busto de Constantino con laurea, y al rededor DNIVL CONSTANTINVS: en el reverso figuran dos guerreros con lanza: en medio signos legionarios, y al rededor se lee GLORIA EXERCITVS EX ERGOF. VNS».

    En uno de los periódicos más circulados de la Corte en la década de 1860, como era La Época, encontramos una pequeña noticia que venía a corroborar lo afirmado por el señor Salazar, en los términos de que, efectivamente, al dar principio a la construcción de lo que iban a ser las primeras instalaciones de la casa de baños, se hallaron un gran número de monedas romanas de los tiempos del Imperio, «que engrandecen —decía— la historia de aquel magnífico manantial, elevándolo hasta perderse en la oscuridad de los tiempos…».
    Sobre este descubrimiento numismático existe una interesante entrada en el blog Regio Cantabrorvm, el cual aporta más datos que pueden ser útiles para aquellos que estén interesados en seguirle la pista. En la bibliografía reseñada en este trabajo se menciona al estudioso J.R. Vega de la Torre y su participación en la Revista Sautuola III (1982) «Numismática antigua de la provincia de Santander». Además de dar a conocer y poner en valor las monedas aparecidas en Alceda-Ontaneda citadas por el doctor Ruiz de Salazar, este autor hace alusión aquí a otros dos hallazgos de posibles monedas romanas en el valle. Concretamente se refiere, en primer lugar, a una aparecida en Soto-Iruz: «Según referencia del Dr. García Guinea —dice—, en una cueva próxima a la carretera general fue encontrada una moneda romana, al parecer de época julio-claudia». La otra se localizaría en Castillo Pedroso, del que dice que «fue indudablemente ocupado por los romanos» y que «el Sr. Riancho (hijo) me ha asegurado que en un lecho torrencial de las inmediaciones apareció una moneda o medalla de oro romana…».
 
 
[1] GARCÍA Y BELLIDO, Antonio: «Hallazgos monetarios en la provincia de Santander (aparte de los de Iuliobriga)», AEspA XXIX, nº 93-94, pp.198-199. 1956.
[3] Santuario de El Soto, nº 40, septiembre-octubre 1964.
[4] GONZÁLEZ DE RIANCHO MAZO, Javier: La vía romana del Escudo, Colegio Oficial de Arquitectos de Cantabria, Santander 1988, págs. 55-56.
[5]  Miguel López Cadavieco en http://www.regiocantabrorum.es/
[6] RIPOLL PERELLÓ, Eduardo: «La Cueva de las Monedas en Puente Viesgo (Santander)», en Monografías de Arte Rupestre. Arte Paleolítico, Nº 1, Barcelona 1972, pág. 8.
[7] Realmente no está claro en cuál de los dos manantiales aparecieron las monedas que aquí se mencionan. Nosotros nos inclinamos por el de Ontaneda, al igual que lo hace la historiadora Mª del Carmen González Echegaray en su libro Toranzo. Datos para la historia y etnografía de un valle montañés, Institución Cultural de Cantabria, Santander 1974, p. 145.
[8] El título completo de la obra es: Monografía de los baños y aguas minero-medicinales nitrógeno-acídulo-sulfuradas de Ontaneda y Alceda o topografía médica de los mismos. Fue publicado en Madrid en el año 1876.
 

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