BEJORÍS: UNA FÁBRICA DE HARINA Y UNA TRAGEDIA

    Ya dijimos en una entrada anterior al hablar de la iglesia parroquial de Santiurde que poco se había escrito acerca del patrimonio construido del valle de Toranzo, tanto en lo civil (torres, casonas, palacios, etc.) como en lo religioso. Ahora añadimos que del industrial tampoco hay demasiado hecho, y eso que esta comarca fue en el pasado un territorio en que la actividad fabril y manufacturera estuvo muy presente, pues recordemos que aquí hubo varias ferrerías, multitud de molinos, dos fábricas de harinas y también de luz —nada más ni nada menos que el embrión de la Electra de Viesgo [1] —, queserías, herrerías, taller de fabricación de carros, fraguas y otras más que ahora se nos olvidan. De las vicisitudes de una de estas instalaciones productivas mencionadas va esta historia.
    Cuenta Ramón Ortiz de la Torre en su obra de 1897 dedicada a su Bejorís natal que en el pueblo había «un buen molino harinero, llamado de Obregón, y que pertenece a D. Mateo de Obregón; otros tres inservibles y medio arruinados, llamados del Cubo y de la fábrica; aquellos pertenecieron al ya finado D. Estanislao de la Torre y el último a doña Atanasia Fernández Cabada, viuda de Vidal López Calderón» [2] . Seguía apuntando este autor que «Llámase este último, de la fábrica, porque a la vez que éste, edificó un poco más abajo, sobre las orillas del Pas, una de las primeras fábricas de harinas de España (año 1828), el muy caritativo hijo de Bejorís, dos Tomás López Calderón».
 
Grabado perteneciente al libro Descripción geográfica y topográfica del valle de Toranzo, en la provincia de Santander, y observaciones hidrológicas sobre los baños y aguas hidrosulfuradas de Ontaneda y Alceda, Madrid 1850. Detalle de la fábrica de Bejorís. Colección R. Villegas.
 
    La citada fábrica de harina de Bejorís, objeto de este artículo, efectivamente estuvo ubicada en la ribera del Pas, justo enfrente de Ontaneda, más o menos a la altura de lo que en su día pretendió ser y no fue el «aeropuerto» del pueblo. Para ubicarlo con más exactitud contamos afortunadamente con dos documentos gráficos de la época, de lo que se deduce la relevancia que tuvo esta infraestructura industrial en la primera mitad del siglo XIX. El primero que citaremos es un extraordinario grabado publicado en 1850 dentro de la primera monografía que el doctor Manuel Ruiz de Salazar dedicaría al valle de Toranzo y los balnearios de Alceda y Ontaneda [3]. En dicha ilustración queda localizada, dibujada y referenciada la fábrica del señor López Calderón al final de una bifurcación que partía a la izquierda, río abajo, de la antigua carretera principal que unía Ontaneda y Bejorís [4], ya una vez cruzado el Pas —a unos cien metros antes de llegar al barrio de La Portilla—, que en este punto había formado una isla, como se aprecia en el grabado. Así mismo, en el Itinerario topográfico de Madrid a Santander por Valladolid a Burgos, que data de 1849, podemos ver la ubicación de la fábrica en el mismo punto que nos indicaba la referencia anterior del libro de Ruiz de Salazar. Esta vía transcurría por delante del suntuoso palacio que se hizo construir el magnate local Francisco Bustamante y Guerra, personaje que más adelante saldrá otra vez a colación en esta historia, y conectaba con la carreta que, a instancias de este, se abriría a la circulación carreteril en 1805, conocida como carretera de La Rioja, y más tarde a Burgos. Por aquí, por este ramal que iba a la fábrica, pasaban las caballerías y los carros cargados de trigo para ser convertido en harina y después los sacos de este preciado producto camino de Santander.
 
Detalle del Itinerario topográfico de Madrid a Santander por Valladolid a Burgos, donde queda resaltada la localización de la fábrica de harina. Biblioteca Virtual de Defensa.
 
    El edificio fabril propiamente dicho se encontraba dentro de un amplio prado protegido por una tapia armada con mampuestos y argamasa, de la que aún quedan actualmente restos en dos puntos del perímetro. En la parte norte de éste se quiere apreciar lo que posiblemente fuera la puerta de entrada al recinto. También se conserva, aunque tapada por la maleza y los desmoronamientos de las paredes al final del tramo, la carretera que conducía a la instalación mencionada, que los actuales habitantes del lugar llaman aún «camino o carretera de la fábrica, o de las fábricas, en plural», al igual que el paraje donde estuvo situada se sigue llamando «la fábrica o las fábricas». Esto quizás sea por aquellos de que en su día hubo dos edificaciones muy próximas dedicadas a la molienda propiedad del mismo dueño, como señalaba Ortiz de la Torre en su libro. En cuanto a la calcera (canal) que conducía el agua para que funcionara la maquinaria, parece ser que ésta venía de lejos. Concretamente, según testimonios de personas mayores recogidos en el pueblo, se tomaba del Pas más arriba del molino de Bejorís, construido por Mateo Obregón, conocido también como «molino de Álvaro», y una vez que hacía funcional a éste, bajaba la conducción hacía el pueblo arrimado a la mies de junto al río, hasta llegar a la fábrica de harina que estamos rememorando. De esta infraestructura hidráulica aún quedan restos en la finca situada enfrente del molino aludido y más abajo, aunque muy difuminadas, las evidencias sobre el terreno de su existencia [5]
 
Posibles restos de la entrada al recinto de la fábrica

Restos de la tapia que protegía las instalaciones. Fotografía R. Villegas.

    Por una información aparecida en El Heraldo de Madrid del 21 de diciembre de 1844, en el que se enumeraban las fábricas harineras que existía por entonces en la provincia y ciertos datos estadísticos reaccionadas con ellas, sabemos que la de Bejorís del señor López Calderón disponía de tres piedras; tenían un valor conjunto sus instalaciones y maquinaria de 500.000 reales y molía 180 fanegas cada piedra en 24 horas. Comparando estos datos con las demás industrias referenciadas podemos decir que esta que nos ocupa era de tamaño «mediano». Por último diremos que las mismas personas que nos informaron de la calcera recuerdan haber conocido de niños las ruinas de la fábrica, diciendo de ella que estaba construida con piedra caliza.
    Otra noticia procedente de la vieja prensa en la que, en mala hora, aparece esta industria torancesa nos traslada al año 1837 y a la Primera Guerra Carlista en la comarca Pas-Pisueña, confrontación civil de la que no fuimos ajenos. Y es que, en una de las numerosas incursiones de los partidarios de Don Carlos hicieron por Toranzo saquearon nuestra fábrica, llevándose 600 arrobas de harina —unos 7.000 kilos—. Ello ocurrió a finales del mes de julio y el cabecilla que dirigía tal expedición era el mismísimo Cástor de Andéchaga, el mandamás de los insurrectos facinerosos en Cantabria [6] . A los pocos días, estos fueron divisados por Liérganes y La Cavada con unas 70 caballerías mayores cargadas con el alijo robado en Bejorís [7]. Unos años más tarde, en 1843, tras haber solicitado Tomás López Calderón la correspondiente reparación económica por la sustracción de Cástor a las autoridades de entonces, se le concedió una indemnización global de 10.550 reales, que era el valor de lo sustraído acordado por los peritos designados: concretamente eran «cuatrocientas cuarenta arrobas de harina de segunda», por lo que le correspondería 9.900 reales y «cien sacos de lino», que tasaron en 650, «según el precio corriente en aquella época»[8] .
 
Campamento carlista. Álbum siglo XIX.
 
    Pero no fue esta la única ocasión en que los insurrectos legitimistas robaran las harinas torancesas. En 1838, el primer día de abril, el brigadier Castañeda sorprendió en Ontaneda a un nutrido contingente carlista que, entre otras fechorías, habían sustraído de las fábricas de Luena —propiedad de José Ortiz de la Torre— y Bejorís el producto de su laboriosidad, el cual habían cargado en un «crecido convoy» [9].
    Del empresario dueño de la fábrica, el señor López Calderón, decir antes de nada que su biografía está aún por hacer, la cual, por lo extraordinaria que es, llevaría tiempo y paciencia a partes iguales para que quedara meridianamente aceptable en el prolijo panteón de los toranceses ilustres. Mientras que esto ocurra, daremos ahora un pequeño «avance biográfico» del personaje.
    «Tomás nació en Vejorís, el 6 de julio de 1785 y fue bautizado el día 11 del mismo mes. Fue hijo de Antonio López Guazo y Francisca Calderón Pacheco, nieto paterno de Pedro López Guazo y María de Rueda Bustamante, vecinos de Entrambasmestas, y nieto materno de Joaquín Calderón Pacheco y Ana María de Bustamante Rueda, vecinos de Vejorís [10]» . Casó nuestro protagonista en 1810 con una prima segunda suya, hija del acaudalado matrimonio de la «otra parte del río» formado por Francisco Bustamante Guerra y María Joaquina Fondevila, llamada Clara Manuela Maura Bustamante Fondevila, con la que tuvo varios hijos, de los que conocemos los nombres de José, Francisco Javier, Antonio y Josefa, esta última de triste sino, como veremos.
    Fue Tomás el prototipo de hombre que, habiendo salido del seno de una familia perteneciente a la alta hidalguía rural montañesa —en este caso, torancesa—, engrosó las filas de aquella nueva clase social, la burguesía mercantil, liberal e ilustrada, que ya desde bien entrado el siglo XVIII había comandado la transformación de la vieja sociedad tradicional en una nueva, emprendedora y reformista, que alumbraría la modernidad.
    Ya a principios de la década de 1810, en plena Guerra de la Independencia, nos le encontramos en Cádiz colaborando en los negocios navieros de su suegro, Francisco, ciudad donde llegó a ser en 1821 teniente de la Milicia Nacional [11], y también en América, concretamente en Veracruz. Ya residiendo en Santander, sería un personaje importante tanto de la vida civil como comercial de la ciudad y la provincia. En 1835 aparece como regidor decano en la Corporación, presidida por José Ortiz de la Torre, otro torancés, en este caso de Luena, y también hombre de negocios propietario igualmente de una fábrica de harina en su terruño natal. Ya en los difíciles momentos del alzamiento carlista en 1833, Tomás había participado activamente en la defensa de Santander y sus ideales isabelinos ante la amenaza enemiga, frenada en seco en la gloriosa acción de Vargas del 3 de noviembre de 1833, por lo que sería condecorado en 1838 con la Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
    En el plano mercantil, terreno donde él se movía con soltura, fue propietario e instigador de numerosos negocios en la capital [12]  y en otros lugares de Cantabria, tales como una ferrería en Santiurde de Reinosa o la participación en la construcción de la carretera llamada de Peñas Pardas, que pretendía mejorar la comunicación carreteril con Burgos, tan importante para el comercio de Santander en general, como el suyo propio en particular. En el valle de Toranzo, además de la fábrica de harina de Bejorís, levantada según Ramón Ortiz de la Torre en 1828, Tomás ya había puesto de manifiesto años atrás su afán por mejorar la vida de sus convecinos con iniciativas inversoras. Y es que a él se debió la primera caseta de baños digna de tal nombre construida en Alceda, precursora de lo que más tarde sería el famoso balneario. Cuenta al respecto de esta empresa Manuel Ruiz de Salazar que «a pesar de eso —de la eficacia probada de las aguas, se refiere— la apatía de aquellos pueblos era tal que ni Ontaneda ni Alceda intentaron la construcción de un edificio que a lo menos preservase a los bañistas de la intemperie, hasta que el señor don Tomás Lopez Calderón, natural de Bejorís y vecino de Santander, llevado de su genio emprendedor y filantrópico, a la par que el decidido afecto que tiene a su país natal, al ver tan indisculpable desidia y abandono, mandó levantar a sus espensas en Alceda el año de 1818 una casita de baños que le costó de diez a doce mil reales. A beneficio de este asilo fue creciendo el concurso a aquella fuente, mas por desgracia vino el sitio a quedar descubierto como antes a consecuencia de la crecida de 1834 que ya dejo descrita» [13] .
    Y llegó el funesto día en que la desgracia se cebó con Tomás y su familia, el último de junio de 1840, teniendo como testigo la fábrica de harina de su Vejorís natal, el risueño Pas y las verdes tierras circundantes sembradas todas ellas de maíz. «Día, que debía de ser, de contento y alegría lo fue de llanto y tristeza», escribe Ramón Ortiz de la Torre, pues «el día de la inauguración de esta fábrica, la señora y una hija del propietario, que de Santander habían acudido a su apertura, perecieron destrozadas por el árbol principal de la maquinaria» .
    En realidad el accidente no fue el día de «su apertura», ya que la fábrica venía funcionando desde hacía varios lustros atrás, sino, seguramente, en el transcurso de una inauguración de algunas obras de mejora o restauración de la misma, de ahí la confusión de Ramón Ortiz de la Torre. El suceso en sí, por lo trágico y funesto, tuvo eco en la prensa nacional, por lo que disponemos de información fidedigna de lo ocurrido, siendo El Correo Nacional, de Madrid, el periódico que más datos aportaría:

    «SANTANDER 1º DE JULIO.
    (De nuestro corresponsal)

    Ayer tarde sucedió a una familia distinguida de esta ciudad una de aquellas desgracias que no pueden oírse sin consternación. Hallábase en una casa de campo a pocas leguas de aquí a pasar la temporada de verano, donde tiene una fábrica de harinas. Una joven se acercó a la rueda principal, que parece ser gira verticalmente, y sin saber cómo la trabó del vestido y se la arrebató. Su madre, que estaba próxima, corrió en su auxilio y fue arrebatada también. Tan lamentable acontecimiento es la conversación del día. La joven era casada y se hallaba en días de parir.
 
    (De otro corresponsal)

    Hallándose ayer en el valle de Toranzo y pueblo de Vejorís, la Sra. D. Josefa López de Aguirre, joven de 22 a 24 años, esposa de D. Tomás F. Aguirre y Laurencín, e hija [mayor] de D. Tomás López Calderón, ambos de este comercio y el último dueño de la famosa fábrica de harinas que hay en el citado Vejorís, hallándose, repito, dicha señora enseñando el mecanismo de la indicada fábrica, fue arrebatada inopinadamente por el locomotriz de la máquina, y al quererla favorecer su afligida madre la Sra. D. Clara Bustamante y Guerra de López Calderón , fue también arrebatada con su desgraciada hija, siendo horrorosas víctimas en el momento, así como el fruto que encerraba en su seno la desventurada joven que se hallaba en ocho meses de embarazo. El esposo de ésta si no es detenido por los circunstantes también es víctima del amor conyugal, quedando éste como los demás de la familia sumidos en el mayor dolor y aún aseguran que peligra la vida de algunos individuos de la familia, sobrecogidos de espanto y pesadumbre» .
    En aquella terrible jornada, pues, las aguas que salían del edificio harinero se tornaron rojo sangre y terror da imaginarse aquellas pobres personas testigos de los hechos —algunas al borde del colapso, como dicen las crónicas— caminando horrorizadas por la carretera que conducía al barrio de la Portilla del noble pueblo de Vejorís. 
 
A la derecha de la imagen, ramal que conducía a la fábrica de López Mantecón. Fotografía R. Villegas.
 
    Tomás López Calderón murió en 1853 y hoy no queda recuerdo de él, de su fábrica y de los acontecimientos que rememoramos aquí.
 
[1] Recientemente, en el año 2022, Pedro de la Vega Hormaechea ha publicado una completa monografía sobre los orígenes toranceses de esta emblemática compañía, nacida en Puente Viesgo, titulada Viesgo. la Fábrica de la Luz.
[2] ORTIZ DE LA TORRE, Ramón: Recuerdos de Cantabria. Libro de Bejorís, Palencia 1897 pág. 19.
[3] RUIZ DE SALAZAR, Manuel: Descripción geográfica y topográfica del valle de Toranzo, en la provincia de Santander, y observaciones hidrológicas sobre los baños y aguas hidrosulfuradas de Ontaneda y Alceda, Madrid 1850.
[4] Este trayecto formaba parte del primitivo camino real que por el valle de Toranzo ascendía al Escudo camino de Castilla.
[5] En la década de 1950 se instalaría una serrería cerca del molino de Álvaro que funcionaba con las aguas de este canal. VILLEGAS LÓPEZ, Ramón: Santiurde de Toranzo. Un municipio cántabro en la década de 1950, Librucos 2012, pág. 44.
[6] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 30 de julio de 1837.
[7] El Eco del Comercio, 5 de agosto de 1837.
[8] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 29 de septiembre de 1843.
[9] Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 4 de abril de 1838.
[10] POLANCO MUÑOZ, Francisco Javier: «Algunos documentos para la historia, o biografía, de Francisco Bustamante Guerra, ASCAGEN. Revista de la Asociación Cántabra de Genealogía, Primavera 2021 (nº 25).
[11]  Diario Mercantil de Cádiz, 30 de enero de 1821.
[12] Un dato curioso que nos habla del ansia de renovación y progreso de este hombre: el 8 de mayo de 1830 el rey Fernando VII le concedió un privilegio exclusivo por cinco años para asegurar la propiedad de una máquina que había introducido de Francia para amasar pan, cuyo diseño y descripción se hallaban depositados en el Real conservatorio de artes (Diario balear, 18 de octubre de 1830). Este privilegio fue renovado varias veces, hasta el año 1844.
[13] RUIZ DE SALAZAR, Manuel: Descripción geográfica y topográfica del valle de Toranzo, en la provincia de Santander, y observaciones hidrológicas sobre los baños y aguas hidrosulfuradas de Ontaneda y Alceda, Madrid 1850, pág. 116.
[14] ORTIZ DE LA TORRE, Ramón: Recuerdos de Cantabria. Libro de Bejorís, Palencia 1897, pág. 19.
[15]  Su nombre real era Clara Manuela Maura Bustamante Fondevila.
[16] El Correo Nacional, 5 de julio de 1840.

Ramón Villegas López
Editor

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